Ser pregonero es una buena oportunidad para sacar a relucir el verbo ácido, el humor fino y la crítica audaz, sin miedo a que te recorten el discurso y la risa. Se trata del pregón que el actor y humorista Llonovoy ha redactado y ha estado a punto de ser censurado o, por lo menos, suavizado, que es lo mismo que decir castrado. Sabemos que los políticos necesitan reirse, pero hasta cierto punto. Para ello, necesitan de humoristas que no sean del todo condescendientes, que se muestren críticos pero siempre desde el cariño y la concordia. Un humor, en definitiva, blanco y blando, el típico jeje sin púas. Parece ser que el pregón va a ser readmitido, aunque en primera instancia iba a ser decapitado. Hay que ser valientes y afrontar los hechos y asumir la burla y la crítica, y si además ambas están hechas con gracia e inteligencia, con más razón. Sin duda, los responsables del consistorio palmesano habrán calibrado los pros y los contras de la censura para acabar cediendo. De lo contrario, estaban expuestos a ser doblemente burlados y el pregón o actuación —llámalo energía o sustancia— de Llonovoy hubiera corrido como la pólvora y de él se hubieran realizado miles de copias. Han comprendido que taponar una vía supone que otra vía se abra con más potencia y en múltiples direcciones. Los políticos, en general, tienen que asumir que lo están haciendo muy mal, y que su gestión deja mucho que desear como para, encima, arrogarse el derecho de ir prohibiendo y recortando donde ya nada hay que recortar excepto el aire que respiramos.

Han comprendido, con esta rectificación, que el humor inteligente es un arma muy peligrosa. Es aconsejable, por tanto, darle vía libre para que no se encone y sea luego demasiado tarde para tapar agujeros. De algún modo, la rectificación de Cort me ha estropeado un artículo anterior y mucho más mordaz que éste que están leyendo. Un político de verdad no podría sentirse satisfecho con un pregón dócil, manso, castrado. Un político que solamente quiera escuchar alabanzas es un político hundido, un pobre de espíritu, un pequeño tirano inconsistente. Por lo menos, que tenga la inteligencia suficiente como para soportar los embates del humor y la sátira, por muy corrosiva y certera que ésta sea. Forma parte del juego. Un pregonero no tiene por qué ser un correveidile del poder que narre y exalte los logros del prócer en cuestión. Tampoco se puede conformar con dejar caer alguna travesura inane para regocijo del alcalde, concejales y demás ocupantes. El pregón de Llonovoy tiene que ser incendiario, pues la fecha y el inicio del verano así lo piden. Pagano y duro y con la mejor sorna. Por lo menos, que la risa no sufra recortes ni amaños. En nosotros, a pesar de todo, tiene que haber ese fondo de risa, como quien tiene un fondo de armario, una reserva de carcajadas que hay que liberar de vez en cuando. Y más ahora. Lo menos que pueden hacer los políticos es encajar estos golpes de humor, este malestar transmutado en cachondeo, y aguantar el tipo. Faltaría más.

Estará más o menos inspirado, pero el humor que desprende Llonovoy es de calidad. Juega con las palabras de manera inteligente y no es burdo ni condescendiente. Lejos de la sobrasada y el eructo facilón, el de Llonovoy es puro ácido, corrosión muy bien elaborada. De ahí el peligro que supone para el poder un humor de estas características. Y ellos lo saben, y ellos a punto han cedido a la tentación de la censura. Pero en el último instante han comprendido que censurar el humor es echarse tierra encima.