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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Los columnistas a menudo creemos que la única realidad es la política, ese día a día de la información más reciente. A esto se le llama actualidad. Actual es el posible pago en negro de la casa de Matas, el fallo del Constitucional sobre el Estatut de Catalunya, los millones de euros gastados en pagar a unos piratas para liberar la tripulación del Alakrana. Vivimos presos de esta actualidad pensando que es la realidad definitiva; una realidad, diríamos, con escasos matices. Uno cree, por ejemplo, que el mal se caracteriza por negar la esperanza, por sugerir que su fuerza es lo único real. Es mentira, lo sabemos, porque la luz siempre llama a la puerta del modo más insospechado; pero cuesta distinguir el matiz. Al ser opinadores de la actualidad, el columnista de algún modo es un profeta de la desesperanza.

Sucede, por otra parte, que la vida no es la política. Podemos pensar que la corrupción política es importante y en efecto así es –pero no es lo definitivo. Hay una musculatura moral que depende de los anticuerpos presentes en la sociedad; pero ese músculo no se alimenta en exclusiva de la política. La textura de la vida es otra, porque son otras las cosas que nos definen y nos dicen quiénes somos. Hablo de la cotidianidad.

Lo sorprendente es que a pesar de todo el horror del mundo, la cotidianidad se vive en la esperanza; quizás porque, sin darnos cuenta, creemos en algún tipo de verdad. Decía Leonardo Polo que la verdad encomienda, porque al encontrarla –al sentir ese relámpago en nuestro interior– nos entregamos a ella. Eso es lo que sucede en el amor por ejemplo. Un día, descubrimos el amor y nos entregamos a él, cediendo incluso nuestra libertad, porque creemos en él. Para otro, esa verdad puede ser más bastarda –el dinero, por ejemplo–, pero también éste sigue creyendo en la esperanza y en el futuro. Es el encuentro continuado con esta verdad –con el amor, la paternidad, el saber...– y con sus sinsabores la que redacta su contabilidad en nosotros, como unas cuentas de la vida que nos hilan y deshilan.

A veces, decía antes, nos olvidamos de reflejar en nuestras crónicas la esperanza cotidiana de la gente, hecha como de miga de pan o de barro crujido. Uno piensa en el trabajo cotidiano, en el levantarse a trabajar todas las mañanas intentado hacer las cosas bien, en la generosidad de unos amigos o en la belleza de una sinfonía y en la voluntad de quererla interpretar bien, en los esfuerzos por llegar a final de mes. Esta actualidad, como sotto voce, es mucho más importante que la que presentamos los periodistas en nuestras columnas o la que ofrece ese vocero universal que es el televisor. Y no está mal que, de vez en cuando, recordemos al hombre de cada día, su lucha y el sentido que desesperadamente buscamos en cada rincón, en cada mordisco de vida.

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