Aunque las distancias entre PP y PSOE han sido y siguen siendo muy grandes después de transcurridos tres años de una legislatura a cara de perro, diversos análisis coincidían en que esta vez Zapatero y Rajoy tenían intereses comunes que podían facilitar la consecución de un acuerdo de mínimos para sustraer el problema terrorista del debate. De cualquier modo, era patente que los dos líderes son rehenes de sus propias obras y, en cierta medida, de sus respectivas clientelas. No hubiera sido, pues, posible un abrazo de Vergara súbito y desconcertante para quienes han mantenido y abonado el largo desentendimiento. En consecuencia, Rajoy y Zapatero han llegado adonde podían, a dar "un primer paso" hacia la unidad antiterrorista. Se han abierto canales de comunicación e incluso se ha establecido una agenda para recuperar el diálogo, la confianza y el trabajo conjunto entre el Gobierno y el PP, y entre el gobierno y las restantes fuerzas políticas, según la vicepresidenta del Gobierno. Rajoy, por su parte, aunque ha cuidado de poner de relieve que él no ha cambiado -defendió la lucha contra ETA y no la negociación desde el primer momento-, ha calificado la reunión de "muy útil" y ha hablado de "disponibilidad" y de "apoyo" al Gobierno.

En realidad, se conoce poco de lo que ha sucedido en la hora y media de reunión, ya que apenas ha sido posible colegir el tono del encuentro y algunos contenidos aislados a partir de algunos indicios sueltos. Rajoy ha dicho de pasada que ha sugerido al Gobierno la conveniencia de ilegalizar a AVT "si aún hay tiempo" -parece que lo que faltan son resortes jurídicos- y que han hablado de Navarra y de Álava? Habrá que ver lo que dan de sí en el futuro inmediato estas alusiones, que inciden evidentemente en unos pactos poselectorales que aún no se han producido.

Rajoy ha hecho gran hincapié en que su apoyo es "para acabar con ETA" y no para "experimentos" de otra índole, en relación a hipotéticas negociaciones. La advertencia es retórica porque a todas luces, e infortunadamente, y no es el tiempo de la palabra sino de la dureza. De cualquier modo, la vieja paradoja se hace si cabe más evidente en esta coyuntura: no es ahora, en esta defensa inexorable de la sociedad y de la democracia frente a las agresiones terroristas, cuando el apoyo de la oposición es útil y constructivo; lo deseable hubiese sido que el Gobierno hubiese encontrado el respaldo y la facilidad cuando aún había esperanza de que nunca más tuviéramos que encontrarnos en la actual y dramática coyuntura de defendernos de la horda etarra. Sea como sea, se ha sentado un pésimo precedente, según el cual la unidad democrática ya será siempre el fruto de la amenaza a la sociedad civil. Lo cual, además de absurdo, otorga una clara ventaja a ETA, que ya puede urdir sus estrategias contando con esta enconada enemistad. Ahora PP y PSOE han pactado porque no tenían más remedio, y es de temer -el tiempo lo confirmará o no- que sólo se avanzará realmente en la generación de una unidad sincera si ETA vuelve a golpear con fuerza.

Una medida inteligente para fortalecer este primer acuerdo sería involucrar en él formalmente a las minorías, y muy especialmente al nacionalismo democrático vasco (Rajoy consideró ayer buena idea esta implicación). De forma que el rescate del Pacto por las Libertades del 2000, convenientemente reformado para dar entrada a los nacionalistas, sería una posibilidad lógica. En cualquier caso, los próximos días nos darán las claves que aún faltan para calibrar, en fin, el alcance de esta declaración de buenas intenciones que ha sido en sí mismo el encuentro Zapatero-Rajoy. Habrá que ver qué ocurre, efectivamente, en Navarra y en Álava, y que comprobar los gestos con que Gobierno y oposición encaran la política antiterrorista, que ahora debe enfrentarse no con teóricos fantasmas sino con la cruda y descarnada realidad.