Para explicar el sentimiento combinado de frustración y fría acogida -en ocasiones, también de rechazo- que experimentan en nuestro país algunos inmigrantes iberoamericanos, con apellidos españoles y con conciencia emocional clara de su ascendencia genética hispana, un destacado diplomático colombiano me dice que es equiparable al que se siente cuando te niegan la posibilidad de reincorporarte al que pensabas era tu asiento, con el odioso argumento: "el que fue a Barranquilla perdió su silla". Le digo que, en España, la rima se forma con Sevilla en lugar de Barranquilla; y me contesta que por aquí alteramos y hacemos nuestras algunas cosas que no lo son. Sabedor de mi procedencia geográfica, me pone a título de ejemplo un curioso juego de palabras, de indescifrable sentido y origen supuestamente canario, que me advierte es, sin embargo, oriundo de algún lugar recóndito de su país: "tin marin de dos pingüés cúcara mácara títere fue" -ya lo sospechaba desde hacía años, a partir de la lectura de un cuento de Gabriel García Márquez, en el que se transcribe literalmente-.Tras la proustiana avalancha de recuerdos entrañables -infantiles y playeros la mayor parte de ellos- que me genera el recitado de la misteriosa fórmula, escucho sus bien hilvanadas reflexiones sobre la responsabilidad histórica de España, como referente fundamental de la evolución social, económica y política en América Latina? Puestos a reflexionar sobre el tema, la coincidencia de la celebración de la XV Cumbre Iberoamericana se ofrece como un momento oportuno para ello. En su ámbito, ha sido un acierto que la problemática de la inmigración haya sido tratada como uno de los asuntos claves de la reunión. Igualmente que se haya propuesto la creación de un modelo específico para la gestión de los flujos migratorios procedentes de los países iberoamericanos.

La propuesta de la Secretaría General de la Cumbre, de convocar una conferencia "ad hoc", al objeto de debatir en qué forma se podrían mejorar las condiciones de vida de los latinoamericanos que abandonan sus países para escapar de la pobreza, es asimismo oportuna y pragmática. Esta iniciativa es afín a la esquemática tesis sostenida repetidamente por el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan: la inmigración es un fenómeno que no se puede parar, va a continuar y lo importante es que se gestione de "forma efectiva" para todas las partes implicadas. Transcurridos varios meses desde que se inició y concluyó la regularización y legalización de los inmigrantes "sin papeles", no se conoce -es difícil de determinar y cuantificar- la incidencia real que el proceso haya podido tener en las últimas oleadas migratorias. Lo más probable es que se hubieran producido igualmente, por la sencilla razón de que a la pobreza extrema y al hambre no la frenan las fronteras ni, como se ha visto en Ceuta y Melilla, aunque éstas estén defendidas por alambradas de espinos y represiones violentas. En cualquier caso, la mera pretensión de querer condenar a cientos de miles de personas, que ya estaban o están entre nosotros y cuya expulsión rayaba o raya lo imposible, a una vida de amargura, marginación y miseria, con el único propósito de intentar evitar un indemostrable "efecto llamada", no deja de ser una inhumana y cruel mezquindad que, si en ningún caso es admisible, aún es más dolorosa si cabe, cuando quienes están siendo condenados a sufrirla llevan nuestros nombres y apellidos y tienen nuestra misma sangre.