Una vez más, el presidente de la Generalitat no deja indiferente. Tras su visita a ZP, parecía que regresábamos al siglo XV: como un nuevo Fernando el Católico, Maragall visita en plano de igualdad al "mandatario" de Castilla y da inicio a la "España plural". Así que consigue el Mercado de las Telecomunicaciones para Barcelona y pretende incidir en la política exterior, entre otras cosas.

La oposición se ha echado las manos a la cabeza, al acusar a Zapatero de "blando" ante un Maragall al que consideran más nacionalista que socialista. El "drama" para el president es que la opinión pública catalanista piensa lo contrario: le echan en cara no haber concretado nada sobre el reconocimiento de las nacionalidades históricas ni sobre la financiación autonómica.

Maragall es un político en fase de extinción, con muchas ideas y poco márqueting y con una visión de España difícil de concretar: federal y en red (de ahí su defensa de la Alta Velocidad entre Barcelona y Bilbao, por ejemplo), opuesta a la idea radial del ex presidente Aznar (según la cual la periferia no debe quedar a más de cuatro horas en tren de la capital del Reino).

Y ése es el tema: una idea fuerte frente a inercias de siglos. Aunque no cabe duda de su obstinación, Maragall parece sólo en el empeño. Cuenta con poco más que el talante de ZP, hábil hasta ahora para esconder su ideología (a diferencia del líder catalán).

Unos y otros esperan que la visión maragallana se estrelle contra la realidad. Los de más allá del Ebro, porque consideran que la idea federal puede desmembrar España. Los de más acá, porque no creen a los que proponen un proyecto común que reconozca las diferencias y buscan el momento oportuno para irse. Y es que los visionarios suelen terminar devorados por la Historia.