Recuerdo con gusto que algunas noches, muchas noches, abríamos La última nave, un programa de madrugada de Onda Regional de Murcia, la emisora autonómica, con una bomba de oxígeno que quitaba penas y subía los ánimos, y yo quería pensar que de esa alegría participaba la audiencia. Era Marisol, era Corazón contento. En cuanto que los golpes secos de la canción iban subiendo y la voz ronca de la cada vez más Pepa Flores irrumpía, el estudio parecía vibrar. No fallaba. Algunas veces, el compañero de control abría el micrófono sin avisar, y me pillaba desgañitándome mal cantando con mucho sentimiento, tú eres como el sol de la mañana, que entra por mi ventana, que entra por mi ventana, si tú no estás yo no tengo alegría, yo te extraño de noche, yo te extraño de día, yo quisiera que sepas que nunca quise así, que mi vida comienza cuando te conocí, etcétera, etcétera. Augusto Algueró se nos fue, y para recordar la importancia de su legado musical las televisiones han echado mano de Marisol, de Concha Velasco como la chica yeyé que ya nunca dejó de ser, incluso de Serrat, al que le brindó una Penélope que forma parte de la memoria colectiva. Estos días, por otros motivos, veo el logotipo de la emisora, OR, en las televisiones nacionales. Y recuerdos y actualidad se han liado. Hace años que no vivo en Murcia sino en mi tierra, pero cuando veo el micrófono de esa radio noto un hormigueo, el de las noches luminosas con excelentes compañeros. OR ha salido en todas las teles nacionales porque Murcia ha salido en todas las cadenas.

Y de nuevo, para mal. La brutal agresión al consejero de Cultura del gobierno murciano ha sido de tal magnitud, ha sido tan salvaje y dolorosa, ha provocado tanta indignación y rechazo, y ha causado tanta unanimidad condenándola sin paliativos, que sólo Ramón Luis Valcárcel, el presidente autonómico, podía ejercer de presidente de escalera. Lo he visto en varias ocasiones esta semana, y en ninguna estuvo a la altura de lo que se espera del representante de una institución como la que preside. Su intervención en El gato al agua fue penosa. Consciente de que en la madriguera de Intereconomía no valen medias tintas, ni reflexiones sensatas, ni opiniones mesuradas, consciente de que unos minutos de gloria en ese hervidero de revanchistas, de guerreros tronantes y tertulianos de verbo incendiario, de hombres y mujeres que tergiversan, manipulan e inventan, y si les valiera cada noche habría razones para armarla en la calle, consciente de que tenía que hacer un buen papel, el de Murcia se lió a la boca el trapo de la gasolina y dijo lo que los gatos del programa de extrema derecha esperaban que dijera, que al consejero Pedro Alberto Cruz no le han agredido "los del PSOE, pero están en el cómputo". Ahí queda eso. Aún así, adelantándose a las críticas por su miseria política, advirtió "que nadie, en su mente enfermiza, se invente cosas", o sea, que ningún enfermo diga que él ha dicho lo que ha dicho.

Fue tan radical, estaba tan fuera de sí, soltó tanto disparate apretando su boquita para enfatizar su ya desmadrado verbo, que dejó callados a los felinos sentados a la mesa de Antonio Jiménez, gato y gatos a los que no les falta una copita de vino. Valcárcel no era un presidente autonómico, era un bocazas con el corazón saliéndole por la boca. Ni siquiera Mariano Rajoy, el jefe, el guía, el amado líder, ha dado ejemplo de sensatez. El PP se ha portado como un vulgar concursante de Gran Hermano tratando de que al salir de Guadalix, o como expulsado, o como ganador, no le falten bolos en Telecoña. No sé qué le pasa a la gente de este partido, que reclama justo lo que no da. Hablan de prudencia y cada día anuncian el apocalipsis –véase José María Aznar, otro amado timonel, que habla de la España irrelevante, de la España intervenida- o mírese hasta donde dicte la prudencia a María Dolores de Cospedal, herida en su amor propio al ver que esta vez España también colocó su deuda pública en el mercado sin gran dificultad. ¿De qué crispación hablan en el PP? He visto a sus dirigentes acudir a platós de mecha verbal muy peligrosa, y callar como si lo que dijeran los tertulianos exaltados fuera lo más normal. Viendo lo que uno ha visto y oyendo lo que ha oído, la gestión política de la agresión al consejero murciano ha sido más que abominable. Pésima. Si partimos de razonamientos fulleros, la conclusión no sólo es fullera sino falaz a conciencia. ¿Sería razonable decir que como la mayoría de los ciudadanos son católicos, la Iglesia está detrás del atentado al consejero? Pues eso. Ya está bien.

A veces, muchas veces, hay políticos que tienen ataques de corazón muy contento, y se les va la olla. Francisco Camps es un hacha exhibiendo su corazón enajenado por la alegría. ¿Lo han visto estos días en ese vídeo que circula por todas partes, desde programas de humor a informativos, jactándose de saber manejar a los periodistas con el método infalible de ignorarlos? Cuanto más le preguntan y menos responde, más votos dice tener. Pregunten, hostias, que no responderé, pregúntenme, pregúntenme, quiero más. Me recuerda a Carmen Maura empapada en mitad del asfalto gritándole riégame, riégame, al señor de la manguera que limpia las calles en La ley del deseo. Pregúntenme, pregúnteme, parece que grita Camps en un deliro que nos lleva al delirio de su extravagante sonrisa. Hasta Farruquito fue más educado con Samanta Villar en Conexión Samanta cuando la reportera más inane de la tele por creerse la más necesaria volvía una y otra vez, subida al coche que conducía el bailaor, sobre el atropello mortal de Benjamín Olalla. Lo de Samanta es como Rico al instante, televisión sin ideas, una martingala en la que Carlos Lozano, que parece llevar el fracaso en su frente, actúa como un charlatán eléctrico. Pero lo de Camps es como lo de Anne Germaine, la que habla con muertos en Más allá de la vida, que nadie quiere creerlo, pero casi todos saben que lleva razón. Pregúntenme y no respondo, mil votos, pregúntenme y no hablo, diez mil votos, pregúntenme y me descojono, ochenta mil, ay, qué contento estoy.

La ginda

Antena 3 echó al mar el buque escuela Estrella Polar. El barco tiene amor, dudas, misterio, y duchas mixtas cuando en algunos colegios privados ni siquiera hay chicos con chicas en sus aulas. A los quince minutos de acción vimos el culo de casi todos los actores. La cosa pinta bien. Son creíbles tanto los culos como los trucos especiales de la trama. Si la audiencia baja, aún queda por ver el secreto inferior de Mario Casas.