Rosa María Calaf (Barcelona, 1945) hace dos años que dejó TVE. Mantiene el mechón blanco en el pelo –una idea de Llongueras– que la hizo característica, pero ya no la vemos desde la otra parte del mundo. Tras 38 años en el ente público y ocho corresponsalías –era la más veterana de España–, se acogió al expediente de regulación de empleo de TVE para los profesionales con más antigüedad. ¿Decepcionada? "No de cómo me han tratado a mí", dice, sino que "han tratado mal al ciudadano, al hacerle prescindir de personas que, tras años de experiencia, podían aportarle cosas positivas".

Ahora, entre otras cosas, da conferencias sobre la televisión, el periodismo y el espectáculo. Cada vez pesa más lo último en la información televisiva por la contaminación de las fórmulas de los programas de entretenimiento. Frente a esa tendencia, Calaf lo tiene claro: "La información no tiene que ser divertida; ha de ser importante y hay que presentarla de forma atractiva, pero el fin no es divertir. Prima la idea de que todo ha de ser muy ligero y eso nos lleva a la banalidad".

El problema del periodismo "frívolo" es mundial, opina, pero la peculiaridad española es "toda esa contaminación del subgénero del espectáculo en la información". Ese tipo de televisión "busca lo más morboso y está acostumbrando a la gente a un lenguaje de exabruptos, gritos e insultos, no al argumento y la reflexión".

La reportera, que lamenta haber dejado Moscú –corresponsalía de TVE que abrió ella– poco antes de la caída del muro, pide el fin del "mito del enviado especial y el corresponsal". "Me parece más difícil el periodismo local, donde la presión y el peligro están a la puerta de tu cas", asevera. Y en especial, reivindica a los periodistas locales de los lugares donde van los corresponsales. "Ellos sí que se juegan la vida". Y más aún, apostilla, si son mujeres. "Antes había más romanticismo en el corresponsal, que llamaba al presidente y jugaba al póker con el gángster. Pero eso hace tiempo que pasó. Ahora tratas de tener tiempo para hablar de lo que tú quieres y no de lo que hablan todos", comenta.

Calaf, que participó en los orígenes de TV3, es contraria a la privatización de televisiones: "El público necesita servicios básicos que no dependan del dinero que tenga y en los que pueda confiar". Y si la cadena es usada para la propaganda, "eliminemos que esté al servicio de un gobierno, pero no tiremos por elevación contra la televisión pública".