La cocina es el punto de encuentro por excelencia en el hogar. Desde siempre, las personas se han reunido a su calor para desconectar de la rutina cotidiana y mientras elaboran o disfrutan de un plato, comparten sus pensamientos, inquietudes y experiencias. Potenciar esta naturaleza exige abrirla al resto de estancias, eliminar obstáculos que la aíslen y vincularla a la estructura de la vivienda como lo que realmente es: su corazón. El mobiliario desempeña un rol fundamental en este sentido. Las formas puras y frentes lisos aportan sencillez. Los recursos para integrar electrodomésticos y soluciones de almacenaje aportan discreción. Los acabados, suaves y agradables, aportan una belleza que se percibe no solo a través de la vista, sino también del tacto. En conjunto, los muebles contribuyen a transformar un simple espacio en un ambiente confortable e interactivo, logrando que la cocina recupere su lugar de privilegio en la casa.

Cuando pensamos en integrar la cocina en el salón la clave para conseguirlo está en la continuidad, tanto en los acabados como en los materiales. No obstante, incluso en esta doble estancia son necesarios elementos de separación que definan bien cada parte de la misma, barras separadoras o islas independientes logran mantener el espacio diáfano pero al mismo tiempo delimitan y definen la funcionalidad de cada habitación.

En la cocina se habla, se crea, se estudia, se escucha música… la evolución de la vida doméstica exige, hoy por hoy, que salón y cocina den forma a un único espacio ya que ese es el entorno de reunión y de vínculo con la familia, dónde se desarrolla la vida familiar y dónde cocinar se conjuga como compartir, dialogar y relacionar. 

Perfección, equilibrio, sostenibilidad, la verdadera belleza reside en la sencillez como resultado de un continuo proceso de reflexión que implica comprender que cada elemento debe sumar no restar, asumir que lo superficial aleja de lo importante, mientras que lo preciso aporta funcionalidad y armonía… abre las puertas a la nueva cocina.