Subrayada musicalmente por el ‘A perfect day’ de Lou Reed, entre otros temas de rock, pop y soul clásicos firmados por Animals, Kinks, Van Morrison o Nina Simone –la música que más gusta a Wim Wenders, que es también la que escucha el protagonista de su último filme–, ‘Perfect days’ es, ante todo, la recuperación del genio de un cineasta que fue esencial en los años 70 y primeros 80 con títulos como ‘El amigo americano’ y ‘Paris, Texas’, y que después se fue diluyendo como un azucarillo llegando a firmar películas impropias de un talento como el suyo.

Wenders vuelve por la puerta grande con esta historia mínima que sigue el día a día de un modesto limpiador de los baños públicos de Tokio. El protagonista vive en un pequeño apartamento, lee todas las noches antes de dormir, realiza la limpieza de los baños de la ciudad –algunos de apariencia y estética insospechada–, hace fotos con una cámara analógica, pasea en bicicleta, come en el parque y cena casi siempre en el mismo lugar.

Contada así parece que no pase nada, pero ocurren muchas cosas íntimas, breves, sentidas, más allá del episodio del reencuentro entre el protagonista y su joven sobrina. Wenders lo filma todo con atención y una suave cadencia, sin miedo a la repetición porque en esos actos repetidos una y otra vez encuentran personaje y cineasta un motivo como cualquier otro para seguir confiando en la existencia.