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Tercer censo de personas sin hogar

"Vivir en la calle es difícil, te vienes abajo muy rápido"

Personas sin hogar relatan sus experiencias y expresan sus anhelos de acceder a un piso

En el Secar de Real, en un solar entre la clínica Palmaplanas y Son Espases, se ha ido levantando poco a poco un pequeño poblado. Decenas de personas -marroquíes, rumanos y españoles- conviven en cuatro asentamientos, donde han construido sus modestas moradas. En una de ellas reside Manuel, un cordobés de 67 años, uno de los veteranos del núcleo. Es miércoles por la noche y acaba de recibir la visita de un equipo de voluntarios del Consell que participan en el tercer recuento de personas sin hogar del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS).

Hospitalario, abre las puertas del conjunto de tablones que conforman su humilde hogar, en el que varias láminas con pinturas lucen en las paredes. Y acceder a relatar su historia. Se casó en Mallorca, "en una iglesia de s'Arenal", con 28 años y se fue a Galicia con su esposa, donde tuvieron un hijo. Las circunstancias de la vida, "un problema que tuve con mi mujer", le llevaron a salir de Galicia y a comenzar su particular periplo callejero: "Di dos vueltas a la península de albergue en albergue y de cajero en cajero", hasta que recaló en la isla con 59 años, donde acabó por fijar su domicilio en este descampado. "Esta es mi casa, tan digna como la de los Reyes, y tengo que aceptarlo, si no ya me hubiera quitado la vida. Si te empiezas a comer el coco no aguantas", cuenta este joyero, "orífice como buen cordobés", que dejó su taller en Ourense. "Vivir en la calle es difícil y te vienes abajo rápido. Hay gente que le pega al alcohol porque ya no tiene capacidad de sufrimiento", explica Manuel, que anhela salir de la calle. "¿Si me gustaría tener un piso? A ningún burro le amarga un dulce. Con 67 años y en pelota viva si te cae del cielo un piso no te lo puedes creer. Pero no me voy a ilusionar", confiesa cuando se le pregunta si le gustaría acceder a una casa. Descarta cualquier otra opción, un alquiler, "con mi paga no contributiva, de 400 euros", o una residencia. Ha pasado por algunas y la experiencia no ha sido buena. "En casa de familia (un centro) de inserción tienen unas normas que recuerdan a un correccional franquista, no puedo vivir ahí". Así las cosas encara el futuro resignado: "Aquí me voy a morir lo más seguro".

Trasvase a las afueras

El asentamiento del Secar de la Real no ha hecho más que crecer en los últimos años, según explica la coordinadora de las unidades móviles de Emergencia Social (UMES) de Cruz Roja, Marga Plaza. No es el único. Se ha detectado un trasvase de los 'sin techo' del centro de Palma al extrarradio y una de las causas es el cierre de oficinas bancarias, que estos utilizaban para dormir. Plaza es una de las integrantes de la comitiva de voluntarios que la noche del miércoles se dedicó a peinar las calles de Palma y puntos de la part forana para trazar la radiografía del sinhogarismo. "La idea es tener contabilizados en una noche cuántos están durmiendo en las calles", aclara. Más de 160 personas, divididas en grupos, se reparten para elaborar el censo.

La consellera de Bienestar y Derechos Sociales del Consell, Margalida Puigserver, con voluntarios. D. COLLADA

Nadie está a salvo de acabar algún día pasando a integrar esta fatídica lista. "Todos estamos expuestos a acabar en una situación de vulnerabilidad. Hasta el más rico puede verse afectado", indica Omar Lamin, trabajador de la Cruz Roja con experiencia en las UMES, que se sumó al recuento de los 'sin techo' en el equipo 52, acompañado de Rosario. Su primera parada es un recóndito solar del polígono de Son Castelló, donde encuentran a Margarita, una menorquina de 69 años. Comparte con Arturo (quien opta por no hablar con el grupo) un viejo camión, donde vive desde hace 35 años. Cuando abre la puerta trasera, atiende agradecida a la visita. "Me quiero ir de aquí tío, hace 35 años que estoy aquí y no son horas de pasar más pena", dispara socarrona Margarita, quien cuenta que se ha apuntado al programa del Consell para entrar en un piso, aunque de momento no ha tenido suerte. La opción de una residencia está descartada, abomina de ellas. "Son casas de locos". Irradia vitalidad pese a sus achaques. "He estado un poco mal porque se me está rompiendo la cadera", lamenta. "Aparece en el calendario de la Cruz Roja de este año. Sales preciosa", piropea Omar, pero ella le refuta con modestia: "No soy muy guapa". Entrañable y risueña, es la niña mimada de los técnicos de la ONG. "Siempre se ríen conmigo", presume Margalida, quien describe su día a día: "Salgo, voy a hacer un café, a comer, tengo la paga de cada mes, también me paseo un poco que tengo las piernas que se me duermen, camino como una sardina por la cadera", se queja. La vida no se lo puso precisamente fácil. "Yo he pasado mucho, mi madre murió aquí de cáncer, mi padre de páncreas, mi hermano de un accidente de coche, mi hija de once años de un derrame cerebral, y he pasado mucho, pero mucho, mucho". No obstante, Margarita parece haber hecho suya la consigna de 'al mal tiempo buena cara'. "Tengo vitalidad, me río porque si no mal asunto, si no me puedo tirar al tren de Sóller", zanja.

Bucle de degradación

Nadie está en la calle por decisión propia. "Es cuestión de entrar en un bucle de degradación social, de pérdidas..." apunta Omar, quien sin embargo asegura que de la calle también se puede salir. Así, señala el plan de la institución insular Housing First, para dar una casa a aquellos que no tienen un hogar. "Si se dan las herramientas para ello hay gente que sale adelante, muy poco a poco. Es un proceso duro que requiere tiempo". Entretanto, la misión de estos trabajadores se hace imprescindible: "Se les visualiza, dignifica e intentamos que estén lo mejor posible", ilustra.

Aunque deshabituarse a vivir sin un techo también cuesta. Marga Plaza cuenta cómo muchos de los que han logrado piso tienen problemas para hacerse a su nuevo hogar. "Tenemos a uno que de vez en cuando vuelve a su casa del asentamiento. Y los hay que los primeros días no son capaces de dormir en sus camas". Demasiados años viviendo en la extrema vulnerabilidad les han pasado factura.

Una cifra estable 208 individuos sin techo

En el recuento se contabilizaron 208 personas si hogar, 198 en Palma, 9 en Alcúdia y una en Inca, según datos provisionales, frente a los 209 del censo de 2017. La consellera de Bienestar y presidenta del IMAS, Margalida Puigserver, explicó el perfil detectado en 2017. “Hombres que viven solos, mayores de 50 años y muchos con una problemática asociada de salud mental, toxicomanía o alcoholismo”. Con esos datos “se hace un diagnóstico para dar con una solución al sinhogarismo”.

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