Desde el sofá de mi casa

El título que, dicen, salvará a Argentina de la pobreza

Aficionados argentinos celebran el pase a la final en la casa de Maradona.

Aficionados argentinos celebran el pase a la final en la casa de Maradona. / ENRIQUE GARCÍA MEDINA

Emilio Pérez de Rozas

Hace un mes, cuando Argentina seguía ofreciendo sus peores datos económicos en décadas, Kelly Olmos, ministra de Trabajo, salió en televisión y dijo que «lo importante, lo más importante, es que Argentina gane el Mundial de Catar porque, la verdad, por trabajar, durante ese mes, en mejorar la inflación no vamos a adelantar nada, mientras que ganar la Copa del Mundo será un empujón anímico tremendo para todo el país». Hace una semana, el canciller Santiago Cafiero, ministro de Asuntos Exteriores y Culto de la República Argentina, anunció que pensaba reabrir la embajada en Bangladesh, cerrada desde 1978, «porque nuestra selección despierta allí un furor increíble».

No hay duda, pues, que Olmos y Cafiero están cumpliendo su plan y anoche se llevaron, como los otros 46 millones de argentinos que paralizaron el país para ver el paseo que la albiceleste se dio frente a Croacia en una de las peores semifinales de la Copa del Mundo de todos los tiempos, otro alegrón (casi) sin precedentes. La verdad es que este Mundial han sido dos partidos y un montón de concursos de penaltis.

«Esta es una selección que juega para y por su pueblo», dijo Lionel Scaloni. Y, en efecto, solo hay que ver el ardor con el que Leo Messi y sus chicos, que ya están en la final soñada, juegan a fútbol. Bueno, Messi sigue (solo) caminando e imprimiendo su sello cada diez minutos, suficiente para provocar los tsunamis ganadores.

Y es evidente (de momento) que esa garra, que esa fuerza, que esa voluntad y entusiasmo que ponen los jugadores tiene su reflejo en un país que, hace solo tres días (de eso no dijeron nada ni Olmos, ni Cafiero, ni el Gobierno), informó, a través del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que el 43% de los argentinos son pobres, 8.5 millones no solo sufren de pobreza monetaria, es decir, que no les alcanza la plata para una cesta de la compra básica, sino que padecen también marginalidad estructural. O les faltan cloacas, o asistencia sanitaria, o buena educación, o viven hacinados.

Pero todo eso queda aplazado hasta el lunes. «Lo importante», insiste la ministra de Trabajo, «es ganar el Mundial». Y, para ello, millones de argentinos han decidido repetir en cada partido el mismo ritual. Los que lo vieron en pijama, lo vuelven a ver en pijama; los que lo vieron con el vecino porque se quedaron sin luz en su casa, vuelven al domicilio del 3º 2ª; los que lo vieron en el metro con su móvil, se compran el billete más largo para repetir ritual. La cuestión es no fallarle a la albiceleste.

«Estamos dentro del orden del pensamiento mágico», explica Eduardo Abadi, psiquiatra y ensayista, al diario La Nación. «Cada partido supone un infinito número de variables que el ser humano no puede controlar. Eso genera mucha ansiedad. Y el pensamiento mágico permite tener la sensación de que alguna de esas variables se puede modular. Esos rituales nos arrogan una participación frente a la ansiedad que provoca lo incierto. Recurrimos a una fantasía de omnipotencia: yo soy el que se mete e interviene en el destino». Y hasta pretenden cambiarlo.

Y en esas está toda Argentina. Ya ven, a un paso de la gloria absoluta. En el pensamiento mágico. Pero, eso sí, que no se lesione Messi, por favor. Porque, hasta los que no sabemos de fútbol, sabemos que, aunque 46 millones de argentinos vean el partido en pijama, con su vecino o en el metro, si no juega Messi, no hay tu tía. 

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