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Opinión | El sálvese quien pueda de la vacuna; por Matías Vallés

Vacunación.

El portavoz autonómico Javier Arranz presumió ayer de que Mallorca ha experimentado un leve descenso en la contabilidad de nuevos contagios de coronavirus, y sobre todo tuvo la honradez de fijarla el 31 de diciembre. Por tanto, no existe el cacareado efecto de las Navidades, con el que se había escarnecido a los mallorquines como si habitaran Sodoma y Gomorra.

De acuerdo con las incesantes acusaciones de «relajación» ajena proferidas por Armengol, se debería concluir que los contactos humanos disminuyeron a finales de año los contagios víricos, un inesperado milagro navideño. Pues no, porque los datos del coronavirus solo son culpa de los ciudadanos cuando empeoran. Si mejoran, son un mérito del Govern.

Por si acaso la mejoría es episódica, los directivos sanitarios se están inyectando las vacunas con fruición de adictos. Desde sus despachos se han quitado la máscara y la mascarilla, para lograr el blindaje perfecto. En el egoísmo desatado de estos administradores, la legalidad es circunstancial. Una cajera de hipermercado, un facturador del aeropuerto o un camarero están más expuestos y por tanto más necesitados de inmunización que un ejecutivo de la salud. Sin embargo, el calendario de la vacunación está sesgado desde la ambigüedad, porque ha sido redactado por los mandamases que se abalanzan sobre Pfizer.

Todo directivo sanitario conoce a una persona más necesitada de la vacuna que él mismo, pero solo ha arrimado el hombro para que le inyecten la dosis salvavidas, como si fuera uno de los botes del Titanic. Esta furia desordenada, impropia de cargos a quienes se supone una sobredosis de sangre fría, se traduce en dos conclusiones preocupantes. De un lado, muy mal tiene que estar la situación real. De otro, no se dirime si les asiste la disculpa de la normativa, un argumento dudoso a juzgar por los escándalos con dimisiones en Valencia, Murcia, País Vasco o incluso Ceuta. Sobre todo, ha quedado claro  que en caso de un peligro real, el juramento hipocondriaco se superpondrá al hipocrático, y el primitivismo del sálvese quien pueda prevalecerá sobre cualquier cortesía del estilo de los pacientes primero.

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