Algunos sectores profesiones dependientes del turismo se habían acostumbrado en los últimos años a batallar entre el exceso de demanda y la competencia desleal. Donde hay movimiento y trabajo se generan siempre de forma espontánea áreas abonadas para el oportunismo furtivo descarado. Aparecen y desaparecen a conveniencia porque el fraude, en función de su propia subsistencia, dispone de buen olfato.
Evidentemente, el coronavirus también ha espantado de Mallorca a la piratería comercial y laboral. En contra de lo que venía siendo habitual ya no es una de las principales preocupaciones del alquiler náutico, los taxistas o el rent a car. La ausencia de clientes ha invertido el orden de inquietudes. Ahora el esfuerzo está en mantener los puestos de trabajo y en poder afrontar inversiones y créditos.
El río de aguas bravas que dada vida a todos, legales y furtivos, ha adquirido una mansedumbre desesperante. Bajo la quietud de sus aguas se esconde una profunda preocupación por el hoy y el mañana. No queda dónde pescar.
Los piratas del negocio turístico han buscado puertos de refugio a la espera de temporadas que puedan responder a tal nombre y mientras los sectores y empresas regulares deberán ingeniárselas para subsistir y cruzar la travesía hacia la normalidad sin saber muy bien cuánto durará el trayecto. Para los transportistas los contados alivios de supervivencia pueden venir de la clientela local y de la brecha que se abra en este mes de julio con la operatividad del aeropuerto.El alquiler de coches sabe que este verano a lo sumo circulará una flota cifrada en la mitad del año pasado y que no es momento para vender vehículos de segunda mano. La subsistencia está en el ingenio.