De poco sirve engañarse, España presenta los peores resultados del planeta en propagación del coronavirus. En tabla o en gráfico, en píldora o mediante inyección, los datos españoles se salen de la norma por exceso. Las curvas que representan a los diferentes países exhiben un comportamiento parecido a la cobra que emerge hipnotizada de la cesta de su encantador, pero una de esas líneas muestra una erección singular, una catastrófica voluntad de destacar.

Los 6.584 nuevos enfermos españoles en un solo día superaron por primera vez la principal marca histórica italiana hasta entonces, 6.557. Con la particularidad de que la afectadísima Italia apunta a la moderación en tanto que España prosigue desbocada. Los contagios diagnosticados alcanzan prácticamente los 40 mil, se duplican en cinco días, y cada cuatro se dobla también el número de nuevos fallecimientos.

La frontera china, que parecía inaccesible en cuanto al impacto del coronavirus, se halla cada vez más cerca de España. Al ritmo actual de crecimiento, o incluso moderándolo levemente, los 81 mil casos que reconoce oficialmente el gigante asiático se igualarán en el plazo de una semana. Y es desgraciadamente probable que mañana se superen los 3.300 fallecimientos que acumula el país donde se generó la pandemia. En el lado positivo, la situación de China fue reversible y esta semana ha registrado menos de diez muertos diarios.

Prepararse para una hipótesis de cien mil enfermos de coronavirus no es solo un ejercicio psicológico. Seguir en la senda de Italia y alcanzar las proporciones chinas en cuestión de días implica doblar el número de enfermos que han requerido hasta la fecha el ingreso en un hospital, o el tratamiento especializado en una UCI. Atender a las necesidades sanitarias en ascenso requerirá un despliegue titánico. De nuevo, España presenta un volumen de enfermos críticos que trastoca los porcentajes promediados en el resto del planeta. Puede alegarse que esas proporciones tienden a igualarse, pero el consuelo del mal de muchos no explica la menor penetración de los casos trágicos en China, de estadísticas dudosas, Corea o Singapur.

La repetida fórmula del portavoz Fernando Simón, que a diario visualiza el efecto positivo de las vigentes medidas de contención "en los próximos días", tiene fecha de caducidad. La pauta de penetración y multiplicación del coronavirus ha sido armónica en todos los países, y aquí radica ahora mismo la mayor esperanza española para una inversión de la alarmante tendencia. Sin embargo, las contradicciones sobre el castigo son flagrantes. Sin incurrir en el error habitual de antropomorfizar el virus, muestra un ensañamiento singular en España.

Así, Alemania se sitúa en el rango español de enfermos, de 32 frente a 40 mil. Sin embargo, documenta a diario una tercera parte de casos nuevos. Esta diferencia adquiere proporciones abismales en cuanto a los fallecimientos en ambos países, más allá de cualquier divergencia en las tramitaciones de las causas del deceso. Simón tuvo que responder ayer a una pregunta sobre este comportamiento asimétrico.

La mitad de las comunidades españolas contabilizan ya a más de mil enfermos del coronavirus. Es improbable que una sola región no supere el millar de casos tras el paso de la plaga. El enigma de la difusión deslocalizada, frente a la concentración preferente en otros países, puede deberse precisamente a la configuración radial del país, que enorgullecía a su capital. Madrid sigue concentrando casi uno de cada tres casos españoles y no ha sufrido un confinamiento drástico, porque las medidas de contención y distanciamiento social se han adoptado homogéneamente en todo el país.

Incumplimiento de los pronósticos

El nerviosismo ante el incumplimiento de los pronósticos, que nunca vinieron avalados por datos, puede conducir a un endurecimiento arbitrario amén de estéril de las medidas comprendidas en el estado de alarma. La explosión de casos españoles sin parangón en el planeta no está ligada a posibles vulneraciones del aislamiento, que resulta modélico para lo previsible y restrictivo frente a los estándares en países occidentales de progresión paralela.

Tampoco puede atribuirse el desplazamiento español hacia los números rojos a un rigor especial en el recuento. La comunidad de Murcia confesaba ayer los miles de casos probables pero no diagnosticados que se mantienen aislados en su domicilio, por lo que existe un notable margen para el crecimiento de las estadísticas oficiales. Los contagios entre profesionales sanitarios, más controlados que la población global, no solo testimonian su compromiso y los escasos medios materiales de que han dispuesto para ejercerlo según reconocía el Gobierno ayer mismo. También miden el desfase todavía existente entre casos documentados y casos reales.

Es posible que otros países afronten la crisis con la virulencia que sufre España ahora mismo, pero de momento constituye una dolorosa excepción a la intensidad que no comportamiento de la pandemia. Wall Street dispone de un lema famoso para disipar la ebriedad de una subida ilimitada de la cotizaciones, "los árboles no crecen hasta el cielo". Tampoco descienden hasta el infierno y, por acabar aplanando la famosa curva, no existe ningún posible enfermo español de coronavirus con algún síntoma que ignore su condición.

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