Palma se convirtió ayer en una ciudad de contrastes. Por un lado, los ciudadanos que cumplieron a rajatabla las recomendaciones sanitarias y se quedaron en casa sin salir a la calle y, por otro, los trabajadores que realizaron ayer una jornada normal, exponiéndose a la posibilidad de infectarse con el coronavirus.

Hasta ahora la alarma en la capital de la isla se había más o menos controlado. Pero ayer los ciudadanos ya mostraban signos de que empiezan a estar preocupados. Nunca hasta ahora se habían adoptado unas medidas tan drástica para evitar el contagio. Las calles estaban casi vacías. Parecía un día festivo, a primera hora de la mañana, cuando los bares aún no han abierto. La diferencia es que ayer era un día laborable, los bares no iban a abrir y la mayoría de gente tampoco iba a salir de su casa. Las principales concentraciones se produjeron frente a los supermercados, pero nada que ver con lo vivido la semana pasada. La gente hacía cola en la calle para poder entrar en el comercio, respetando las distancia. Salvo algún caso excepcional de incivismo, la mayoría de ciudadanos aplaudía este orden y esperaba con respeto su turno para poder entrar en el comercio, donde era mucho más fácil encontrar los productos que se buscaban.

Sin embargo, no ocurría lo mismo con las carreteras. Es cierto que no hubo atascos en las principales vías, pero la circulación fue ayer muy intensa. Muchos trabajadores decidieron desplazarse al trabajo en su coche, en vez de utilizar el transporte público, que iba casi vacío. E igual de intensa fue la labor que tuvieron que realizar algunos trabajadores, por ejemplo los del sector de la construcción. Para ellos, ayer fue un día normal de trabajo.