La gente mayor de Sant Llorenç ha vivido tres riadas, pero ninguna tan destructiva y trágica como la del pasado año. “Seguimos traumatizados. Fue muy grave lo que ocurrió, ha sido un año duro. Aún hoy lo tenemos muy presente en el pueblo”, explica Catalina Moragues, muy cerca del portal de su vivienda, en una de las zonas más castigadas por la riada de 2018.

Al principio, me costó dormir durante cuatro meses. Solo veía agua y barro. Ahora, lo llevo mejor”, indica.

“Nos han ayudado muchísimo, las ayudas nos han venido muy bien. Nuestro coche que estaba aparcado en la calle se lo llevó la riada. Todo lo que teníamos en la planta baja, electrodomésticos y otras pertenencias lo perdimos. Un rayo rompió las televisiones. Por suerte, a nosotros no nos pasó nada porque estábamos en el primer piso”, relata Moragues.

Su marido, Bernat Rosselló, se quedó sin coche. “Ahora, voy a todas partes en bicicleta”, sentencia el hombre con una sonrisa.