Más. Más. Siempre más. Este es el plan director y dictador para el aeropuerto y para los mallorquines. No hay espacio para la racionalidad. Solo para el negocio. ¿Un hotel? ¿Por qué no? Al fin y al cabo ya estaba previsto cuando a finales de los años 80 del siglo pasado se presentó la hermosa maqueta elaborada por un grupo de ingenieros y el arquitecto Pere Nicolau. En ella encontramos el único menos... menos, muchísimos menos jardines de los ofertados entonces. ¿Más zona comercial? ¿Por qué no? Ya hemos obligado a los viajeros a circular entre botellas de whisky, cartones de tabaco y perfumes carísimos. Seguro que también soportarán centenares de metros de expositores de chocolatinas, franquicias de bocadillos con textura de chicle y precio de jabugo o azafranes manchegos. ¿Más vuelos? Por supuesto. Un plan para que los aviones abandonen la pista más rápido para que pueda aterrizar o despegar el siguiente. Y también una reestructuración de las rutas aéreas. ¿Para evitar molestias a los vecinos de la Serra de Tramuntana? De risa. Es para que aumente la capacidad de las autopistas del cielo destinadas a las aproximaciones y despegues.

¿Y el Govern no tiene ninguna opinión que dar sobre la capacidad ambiental de la isla? O no se entera. O se entera y no reacciona. O reacciona y pasan de él. ¿Y a los mallorquines no se les da la palabra sobre el aluvión de visitantes? ¡Qué se jodan!, en infeliz pero esclarecedora opinión de la diputada popular Andrea Fabra sobre los parados. ¡Qué se jodan el Govern y los mallorquines! Mientras quede una posibilidad de seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro no dejarán que se tome un respiro. AENA se infla a ganar dinero con Son Sant Joan. Tanto que le da vergüenza dar la cifra. Tiene la presa bien cogida y no solo no piensa soltarla sino que continuará devorando el festín sin ni siquiera compartir las migajas.