Viquito siempre fue un hombre bondadoso, tolerante, divertido y lleno de ironía. Fue rubicundo y bromista como Falstaff. Un personaje adorado por todos. Un hombre de una sola pieza y toda ella de oro puro.

Por lo tragón que era y lo que se le notaba, el Rey Emérito lo llamaba "el gordito", de cuando nos bañábamos en la Costa Norte en el mar de Estellencs. También era el marinero que mejor conocía e intuía los vientos del Mediterráneo. Nunca perdía la calma cuando azotaban. En medio al mar, su expresión preferida era "¡no pasa nada!" Y le encantaba navegar en su pequeño llaut, solo o en compañía de su nieto. En una ocasión en que me encontraba a bordo de la Croce del Sud, el maravilloso velero italiano, acodado en popa con el capitán, oímos el pom-pom de un motor de dos tiempos típico de un llaut; al poco vimos pasar la pequeña embarcación. Viquito iba de pie con la mano izquierda al timón y la derecha sujetando la botavara. " Bella imbarcazione" exclamó el capitán para orgullo de Viquito en cuanto se lo conté. Tenía a gala haber sido campeón de saltos en Baleares y todavía se zambullía en el mar, orondo como era, sin desplazar una gota de agua. "Yo no estoy gordo; desplazo", afirmaba.

Era un buen abogado, Viquito. Siempre sospeché, aunque nunca lo confesó, que no todos sus clientes le pagaban. Daba igual: le importaba ayudar, sacar a la gente del atolladero y se conformaba con el regalo de un par de gallinas o de una caja de herramientas para barco. Se apasionaba con las causas perdidas y toleraba mal las tonterías ajenas. Su punto de orgullo era recordar que Anita Ekberg había sido su clienta. Igual que Graves el poeta. Hasta los jueces decían: "Tiene la palabra Viquito".

Cuando le ofrecían una cerveza o un vaso de vino, él que había dejado de beber alcohol hacía 30 años, afirmaba que ya se había bebido muchas cosechas de Rioja y que no quería más. Eso sí, ante un gran reserva, pedía una copa solo para olerlo. Y no resistía la tentación de tomarse un helado, que quería por pares: "Dos bollas", pedía. Era un maestro haciendo paellas y arroz brut. Unos cuantos días antes de morir le dieron un simulacro de paella en la residencia a la que lo habían llevado; diciendo que estaba malísima, les prometió hacer una para todos. No le dio tiempo.

Viquito Isasi se ha ido como estuvo, con una sonrisa traviesa. Nadie, absolutamente nadie tuvo nunca nada malo que decir de él. Todos lo queríamos sin cortapisas. Tenía más de 80 años y siempre le divirtió la idea.

Que navegue entre las estrellas encaramado a su llautet.