Es un buen momento para hablar de la explotación comercial y mediática de los menores, de la mercantilización de su dolor y hasta de su muerte. Además, la trama de niños robados del franquismo obliga a pronunciarse a los entusiastas renacidos de la dictadura.
Cabría preguntar a Vox, y a sus relamidos dirigentes mallorquines, si la reinterpretación del franquismo que han exigido en Andalucía contempla la convalidación de la sustracción de bebés de sus madres. El partido de la ultraderecha cursi también ha solicitado la derogación de la Ley de Memoria, que permite investigar el comercio de bebés a espaldas de sus madres engañadas.
Los remilgados líderes de Vox han de aclarar cómo afecta su nueva versión del siglo XX a la trama de los niños robados, dado que su fervor por rehabilitar el franquismo convive con una encendida defensa de la única familia posible bajo la dictadura. Por supuesto, el cumplimiento con esa estructura atávica compete únicamente a los votantes de la ultraderecha moderada, nunca a sus dirigentes exentos.
La trama de los niños robados es inseparable de la dictadura. No solo por la barbarie aneja a la institucionalización de una actividad mercantil en la que colaboraban sacerdotes y religiosas. Sobre todo, por las condiciones de impunidad que garantizaba el régimen, y que permitían rebajar las cautelas porque en ningún momento se planteaba que pudieran abrirse las compuertas del franquismo.
Es difícil imaginar la simultaneidad de las Españas que desean exhumar al dictador vivo o muerto, según la extracción ideológica. En medio, los niños robados descifran su patrimonio genético, desde el respeto más estricto al derecho a no saber.
