Tras un breve paréntesis, vuelve con brío el auténtico caso Cursach, desconfíe de las imitaciones. La fiscalía Anticorrupción solidifica la estampa de un "grupo criminal", que suena a brigada policial conjurada contra la delincuencia pero que significa todo lo contrario.
Los fiscales describen "un acuerdo, gestado y establecido durante al menos veinte años" por los rectores del grupo Cursach con funcionarios policiales o municipales de Palma y PalmaCalvià, que en principio deberían estar comprometidos con los ciudadanos frente a los excesos pretendidos y logrados por el magnate. Las dos décadas de vigencia de la trama interpelan por igual a PP y PSOE, sordos por razones obvias ante el fragor de tan presunta corrupción.
La conciencia de habitar el auténtico caso Cursach resplandece al confirmar que el pacto entre el empresario y sus funcionarios se sellaba con Moët Chandon y servicios sexuales, siempre en el relato del fiscal. Un entramado de presión no alcanza su cénit cuando obsequia a los trabajadores públicos, sino cuando puede obligarles a aceptar los regalos al margen de las reticencias del receptor. Así ocurría según los testigos amedrentados, porque "si no, el grupo Cursach se lo tomaría a mal y su situación empeoraría".
Todo mallorquín conoce al menos a un integrante de la trama que preferiría que no estuviera allí, por ejemplo los policías Joan Mut o Gabriel Torres. Y sobre todo Pilar Carbonell, que empezó la legislatura como bastión del Pacto de Progreso contra la impunidad reinante en la conselleria de Turismo, y acaba contaminada por las grabaciones del mayor escándalo del siglo. Las distracciones pirotécnicas han sido entretenidas, los escalofríos regresan con el auténtico caso Cursach.