Los comerciantes, los bares y restaurantes deploran lo mal que les va pese a los millones de turistas que visitan Mallorca. Al parecer, algunos de estos visitantes se niegan a pagar cinco euros por una cerveza o 30 por un plato aceitoso. La consecuencia es que se atiborran en el bufé del desayuno en el hotel y no gastan un chavo fuera de establecimiento.
¿Hotel se ha escrito? Eso me recuerda que históricamente los hoteleros han sido los grandes llorones del sector. No les gusta la ecotasa, no les gustan las regulaciones, no les gusta la falta de inversiones y, hasta hace poco, ni siquiera les gustaba que los mallorquines opinaran de forma distinta a la suya.
¿Mallorquines se ha dicho? Un día son los de Arran los que protestan contra el turismo. Al siguiente son los ecologistas del GOB quienes exigen restricciones. Al cabo de una semana son los residentes en el casco antiguo de Palma quienes prefieren que los vetustos edificios del centro se conviertan en ruinas antes que en hoteles-boutique o residencias para nórdicos. Hace unos meses se reunía apenas una decena de palmesanos para protestar contra la llegada de cruceros.
¿Aún no se ha citado a los trabajadores? Hagámoslo. Los sindicatos denuncian que se trabajan demasiadas horas... porque los empleados quieren cobrar las horas extra.
Si hacemos caso a las voces antiturísticas podría pensarse que Mallorca es un clamor contra los visitantes. La realidad es muy distinta. La mayoría de los mallorquines sabemos dónde está el pan de cada día. Aunque lloremos o nos quejemos.
