Julio Velasco, coordinador de trasplantes de Son Espases, cuenta una anécdota que data del viejo Son Dureta pero que no por su antigüedad es menos significativa. "Fui a visitar a un paciente recién intervenido a la unidad de trasplantes y me lo encontré llorando. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que lloraba porque había visto unas gotas de orina en la sonda, después de años y años sin poder orinar", relata.

Su compañero el doctor Gómez Marqués recalca que un riñón puede cambiar radicalmente y a mejor la vida de una persona con insuficiencia renal grave que debe someterse a hemodiálisis durante cuatro horas tres veces por semana.

"Tras la sesión salen muy tocados, con la tensión baja y mareados, y el tratamiento les suele provocar anemia y trastornos hormonales. Todo esto cambia después del trasplante, momento a partir del cual pueden llevar una vida prácticamente normal. Por eso muchos de estos pacientes recuerdan el día de su trasplante como si fuera su segundo cumpleaños", revela el nefrólogo.

Las enfermeras Maria Antònia Bauzà y Vanessa Rus se alternan para explicar los beneficios de estar trasplantado. "Pueden llevar una dieta libre, comer de todo de manera normal, verduras, chocolate, sal... Mientras están en hemodiálisis han de seguir un régimen muy estricto", compara Bauzà.

"Y también podrán beber el agua que deseen. Y orinar con total libertad. Mientras tienen que estar conectados a la máquina, como no pueden orinar, para evitar que se hinchen se les limita la ingesta de líquidos a medio litro diario. Y aquí se incluye el café del desayuno o la sopa de la comida", añade Rus.

"También pueden hacer ejercicio, algo bastante complicado estando anémico tras pasar por hemodiálisis. Y retomar su vida sexual que muchos han descartado porque salen de las sesiones hipotensos y hechos polvo", continúa Bauzà.

"Y viajar", añade la supervisora del área de diálisis que recalca que, eso sí, sin olvidarse de llevar la medicación inmunosupresora, las aproximadamente diez pastillas diarias que deberán tomar de por vida, como si de un enfermo crónico se tratara.

"Incluso alguna paciente podría llegar a ser madre estando sometida a un estrecho control", concluyen las enfermeras. Un control exhaustivo al que estos trasplantados son sometidos el primer año después de la intervención y que se relaja paulatinamente en los subsiguientes hasta que el paciente pueda llevar una vida prácticamente normal.