Una frase pesa más que un discurso. El 9 de mayo de 2005 fui testigo de un revelador desliz de Felipe VI en Mallorca. Nos hallábamos en el hotel Victoria de Gabriel Escarrer, donde la estrepitosa Letizia Ortiz abroncaría con posterioridad a los hoteleros durante la comida de gala. Hablábamos con el entonces Príncipe de la necesidad de igualar a varones y mujeres en la sucesión al trono. Se puso nervioso, se trabó, nos interrumpió y cometió una incorrección ginecológica además de alzar la voz delatora en su avidez. “Sí, pero ahora nos toca a nosotros”. Ha vivido medio siglo disimulando la ansiedad impostora de carecer de la primogenitura, aunque posea el sexo adecuado.

Consciente del traspié machista, Felipe de Borbón se enderezó elaborando su teoría. “No hay urgencia en reformar la Constitución. Estamos nosotros, que somos una generación intermedia”. Tras la coronación en que se aplaudía con una sola mano, miles de personas me paran por la calle para preguntarme si conozco al Rey actual. Supongo que quieren decir si Felipe VI me conoce a mí. Me hizo ese honor o como se diga, tomando él la iniciativa. Me ha invitado en tres ocasiones a la recepción del Palacio Real, que he declinado otras tantas veces por mi ineludible cita anual del 12 de octubre con el pedicuro.

Aunque es peligroso alabar a Felipe VI, recordaré que quienes rechazan las masas son más sinceros en el cuerpo a cuerpo. A riesgo de pasar por el único felipista que no fue juancarlista, su amabilidad no está filtrada por la obsequiosidad. En lo único que nos afecta, adora genuinamente Mallorca, a diferencia de su jefa y del provinciano madrileño Herr Kommandant Bauzá. Al farmacéutico, que cobra a diario tres mil euros más que el Rey por gentileza del Tribunal Superior, no se le ocurre otra cosa que venderle un veraneo todo incluido al monarca, en el día de su fúnebre coronación. Para no exaltarme, lo dejaré en las palabras de Sebastià Alzamora: “Felip VI rep un cabàs de peticions i de consultes de tota mena. Però poques tan friquis com la de Bauzá. Diuen que Felip està molt preparat, però no crec que ho estigués per a això”.

Escribía ayer Miquel Munar sobre el requisito para gobernar de “una cierta inteligencia que no estoy seguro que tengan los asesores de Bauzá”. Ni siquiera tienen una incierta inteligencia, y remato la anécdota que contaba el doctor mencionado. Cristòfol Soler, expresident de Balears por el PP, llama al Consolado para concertar una cita con el farmacéutico. Le envían como respuesta un escueto correo electrónico, con un contenido del tenor de “le daremos cita en función de la agenda del president”. Y luego se sorprenden de perder votos.

En la hora del adiós, la estampa que mejor simboliza el reinado de Juan Carlos de Borbón no fue captada en Madrid. La obtuvo Miquel Massutí en Puerto Portals, en agosto de 1990 mientras Sadam invadía Kuwait. El entonces Rey en plenitud, aunque lesionado como de costumbre, compara carismas con Raul Gardini y Gianni Agnelli, tiburones ya fallecidos. El poder coronado, el industrial, el campesino, el estético. Miles de millones en una instantánea que decreta la inviolabilidad con más exactitud que cualquier fuero.

Recuerde dónde leyó antes que el secretario y la interventora de Alcúdia pasaban a ganar más que Rajoy -sin contar las primas que Bárcenas afirma haberle pagado-, gracias a un sobresueldo de 47.000 euros per cápita que, curiosamente, se basa en informes favorables del secretario y la interventora de Alcúdia. Ahora, UGT solicita a la delegada del Gobierno en Balears, Teresa Palmer, que impugne la estratosférica subida. La Delegación se apresuró a actuar cuando Alaior, es Castell, Capdepera o Alaró acordaron medidas mucho más modestas a favor de funcionarios de base.

Después de los abusos a menores y las tortas en plena calle, el clero evoluciona a drogas más duras en vena. Si los fieles supieran a qué se destinaba su aportación a la bandeja. Se ha impuesto la ley del silencio, por complicidad directa entre el poder terrenal y el celestial sorteando al judicial, con evacuación del protagonista. No podemos soportar ni un escándalo más, así que casi apruebo el atajo hasta que escucho la voz de mi conciencia.

El empresario mallorquín Jaume Fluxá ha alcanzado notoriedad gracias a France Football. Portavoz de grupos cataríes, se le relacionaba con manejos mundialistas de Qatar’22. En realidad, la reunión en Madrid con Florentino y Butragueño tenía por objeto la inversión de 500 millones de euros para comprar la mitad de la ciudad deportiva de Valdebebas y montar un parque temático. “Se juntarían la magia del Madrid y de Disney”. El proyecto naufragó.

Nunca soñé que contemplaría al omnipotente Abel Matutes obligado a rechazar la Medalla de Oro de Eivissa por “la controversia suscitada”. Que aprenda la genuflexa Mallorca, donde los todopoderosos reciben la Medalla de Oro de Balears sin un silbido. El rector Llorenç Huguet debe solicitar inmediatamente un doctorado honoris caja para desagraviar al hotelero ibicenco.

Mis distinguidos lectores dominan el inglés, gracias a que no fueron sometidos al TIL. Les recomiendo pues el thriller veraniego que cautiva al mundo entero. I am pilgrim, de Terry Hayes. Los castellanoparlantes deberemos limitarnos a Los cuerpos salvajes de Lorenzo Silva, preclaro al intuir un asesinato estilo Isabel Carrasco para sus guardias Bevilacqua y Chamorro.

Reflexión digital: “Si metes la mano, dejas la huella”.