Los partidos que han cultivado la corrupción con esmero se inventan hoy una cataplasma que supuestamente curará su adicción, la transparencia. El Rajoy de Bárcenas invoca de continuo la virtud cristalina, como si la sola mención transparente disipara los manejos oscuros en habitaciones llenas de humo. Agradecemos la escenografía penitencial, pero Mallorca demostró en can Domenge el prodigio de una corrupción con luz y taquígrafos, que no se preocupa por ocultar entre bastidores el escarnio remunerado que inflige a los ciudadanos.

El Consell Inmobiliario de Mallorca proclamó a los cuatro vientos el sucio negocio de can Domenge, el expolio de un solar público a precio de saldo con un adjudicatario predeterminado. Los cabecillas de UM se comportaron como vendedores encelados de los futuros pisos. De lujo, oiga, para justificar las comisiones y espantar a las irritantes clases medias.

La burla descarada a la ciudadanía era central para que el truco de prestidigitación surtiera efecto. Los mallorquines debían comprender desde el primer momento que en can Domenge les estaban estafando, para inmunizarlos de esta forma ante futuros latrocinios. El Consell Inmobiliario de Munar/Nadal, amparado por el PP, entregaba una lupa a sus súbditos, para que contemplaran el abuso territorial bajo lente de aumento. La convocatoria del concurso omite incluso cláusulas intermedias, alterando el sagrado orden alfabético. No hay torpe descuido, sino claridad brutal. Os estamos robando, a eso hemos venido.

Can Domenge es un solar público manejado como un coto privado de UM. La alegoría del funcionamiento de Mallorca en el cuatrienio 2003-07 de Matas/Munar debía espabilar a candidatos a desarrollar otras parcelas insulares. Corrupción con luz, taquígrafos y tarifas. Se recurrió a la figura cardenalicia del intermediario porque los políticos y los constructores desconfiaban mutuamente. Los promotores sospechaban que pagarían el dinero viciado y se quedarían sin solar. El Consell Inmobiliario temía adjudicar el solar sin percibir la retribución económica. Ergo, buscaron a un hombre bueno que arbitrara el trasiego de dinero y voluntades a cambio de la comisión de rigor.

Tras el registro de la inviolable casa de Munar en el corazón de Mallorca, las autoridades visitaron su piso elevado sobre el Paseo Marítimo palmesano, una vivienda cuya panorámica ofrece una sensación de poder por encima del sombrío palacete de Matas. El edificio costero en cuestión ya fue escrutado por la policía a raíz del descubrimiento de los vínculos con Al Qaeda de uno de sus vecinos, el islamista Ahmed Brahim.

El lujoso inmueble palmesano ha sido registrado más veces que cualquier vivienda de los barrios de la droga, ya sólo falta que se localice allí una destilería ilegal. El edificio se incorporó a la leyenda urbana, al alojar el primer ático vendido por cien millones de las antiguas y futuras pesetas. Por lo visto, el precio de los inmuebles era modesto por comparación con el dinero trajinado en su interior.

Estrictamente, UM no regaló can Domenge, pues carecía de votos suficientes. La enajenación mental, monetaria y utbanística fue proclamada ovinamente por los honorabilísimos consellers del PP. Sólo los más decentes de entre ellos se han disculpado públicamente por su activa participación en el apaño. El Govern de derechas modificó solícito la legislación autonómica, para permitir un concurso donde parecía imperativa la necesidad de una subasta. El engendro resultante poseía la magnitud suficiente para escandalizar al Colegio de Arquitectos. Feliz coincidencia, porque daba bombo y platillo a la mofa colectiva orquestada por el Consell Inmobiliario.

Si se omite el obsequio nacionalista a una constructora española, el robo a los mallorquines en Can Domenge disuelve la imagen de los políticos virginales, que entregan su honra a las presiones de hombres de negocios sin escrúpulos. Los resabiados gestores del Consell Inmobiliario corrompían a empresarios de fácil detonación. De hecho, PP y UM no se pudrieron más durante los años de hierro porque no dispusieron de tiempo material para hacerlo, según ha quedado acreditado durante el proceso de operación Scala.

El impávido carácter mallorquín simula que ningún acontecimiento puede sorprenderle. En realidad, nadie hubiera soñado hace sólo cinco años que asistiría al allanamiento de las viviendas de Matas y Munar. La fiscalía anticorrupción ha cambiado la historia de Mallorca por el sencillo procedimiento de contarla. El relato ilustrado con los registros, declaraciones, y juicios -por no hablar de la recuperación de millones de euros- se agradece ante la ausencia de narradores o de historiadores que acometan esta labor. ¿Siguen ocurriendo operaciones como Can Domenge? Rechacemos las preguntas capciosas, o estúpidas por obvias.