La percepción de la figura del profesor, como de tantas otras más, ha cambiado mucho con el paso de los años. El profesor ya no es la autoridad moral que era antes y esto ya no es sólo un comentario tópico de bar. Las estadísticas lo confirman: para seis de cada diez alumnos de Secundaria su maestro ya no es un referente. Sólo un 27% de los estudiantes ve en sus docentes "cualidades con las que se identifica y que les gustaría tener". Incluso algunos maestros (un 20%) admiten que han perdido su papel de referencia.

Así aparece en un completo estudio realizado en colaboración entre la conselleria de Educación, el Gobierno central y la Universidad Complutense de Madrid. "Hay que mejorar la capacidad de influencia del profesor, la autoridad, que no el autoritarismo, y la disciplina", apuntó el conseller Rafael Bosch al presentar el informe.

De momento, los servicios jurídicos de Educación ya trabajan para otorgar el reconocimiento de autoridad pública a los equipos directivos, tanto de centros públicos como de concertados. Dicho rango dará a los directores presunción de veracidad y los colocará a la altura de inspectores educativos, jueces, policías o pilotos y marinos al mando de una nave, tanto a nivel de protección como de responsabilidades.

No pueden contar con ellos

¿Por qué esa pérdida de autoridad de los profesores?, ¿qué visión tienen los docentes de esos profesionales que intentan educarles y enseñarles? Alrededor de la mitad de los chavales creen que los docentes no les ayudan a conseguir sus objetivos; que no pueden contar con ellos para resolver un conflicto; que no les tratan de manera justa; que no escuchan lo tienen que decir y que no les interesa realmente su bienestar.

Los profesores reconocen que de vez en cuando manifiestan en clase algunas conductas problemáticas como gritar a los alumnos (45%); expulsarlos (55%); ignorarlos (38%); intimidarlos con amenazas sobre las notas (35%); enviarlos al jefe de estudios (36%) o impedirlos participar (22%).

En general la mayoría de los docentes considera que su trabajo es importante y se siente un miembro importante del centro, pero la amenaza del síndrome del profesional quemado acecha: más de la mitad dice que se ha sentido "emocionalmente defraudado" o desgastado por su trabajo en algún momento y un 20% reconoce que en algún momento ha tratado a algunos estudiantes como "objetos impersonales". El estudio se preocupa especialmente por ese 1% de docentes que dice que "nunca" consigue influir positivamente en los estudiantes.

Al menos parece que entre colegas de profesión hay buen ambiente. La mayoría dice que puede contar con el apoyo de otros profesores y del equipo directivo, aunque un 30% cree que sus compañeros "hablan mal" de ellos.

El estudio también recoge la opinión de directores y departamentos de orientación y en genera la conclusión de los distintos estamentos consultados es que la convivencia en los institutos de las islas "es buena". Aún así hay porcentajes que, por reducidos que sean, activan todas las alarmas, como ese 6% de chavales que dice haber sido víctima de acoso escolar en los dos últimos meses. Como dijo ayer el director del Instituto de la Convivencia y el Éxito Escolar, Gabriel Timoner, "un sólo caso de acoso escolar ya es demasiado".

Por qué creen que son acosados

Algunos de estos jóvenes que han sido acosados señalan lo que ellos creen posibles motivos: la envidia, el no defenderse, ser nuevo al centro, tener buenas notas (brillar no está bien visto), estar aislado y ser un joven que "no se comporta como los otros". Algunos creen que destacar en la adolescencia se paga. El color de la piel, ser gitano o tener discapacidad son factores que aparecen en la lista, pero con menor incidencia.

Los investigadores intentaron ahondar en la percepción de la violencia que tienen los jóvenes y vieron que la agresividad reactiva, como respuesta, no está mal vista para el 30% de los chavales. Además, resulta llamativo que también justifican (en mayor proporción que los adultos) el castigo físico. Los autores señalan que algunos indicadores, como ese 7% que cree que el hombre agresivo es más atractivo o ese 8,4% que aprueba los grupos y partidos racistas, ponen de manifiesto la necesidad de insistir en una educación en igualdad.

Un capítulo entero está dedicado a "los obstáculos a la convivencia", que según los profesores, orientadores y directores son: la ausencia de disciplina en la familia (82%); poca implicación de la familia (70%); falta de apoyo de la Administración (59%); la escasez de medios con los que cuenta la escuela para afrontar los retos actuales (53%) y la formación deficiente de los profesores para resolver los problemas de convivencia (47%). También destacan como factor de peso las elevadas ratios de estudiantes por profesor.

Interrupciones en clase

Otra piedra en el camino de la convivencia es la interrupción en clase. Según Timoner, éste es uno de los principales obstáculos, que "no es grave" pero sí supone "una molestia continúa". El director del Instituto para la Convivencia y el Éxito Escolar señaló que las interrupciones en clase van al alza por un motivo claro: "La revolución tecnológica". Timoner aseguró que los estudiantes de ESO pasan 4,5 horas diarias, y los de Primaria 3,5, frente a pantallas (televisión, ordenadores, videojuegos...), lo que está provocando una pérdida en su capacidad de concentración, algo que luego les pasa factura en el aula (a ellos, a sus compañeros, al profesor y al rendimiento en general).

Las familias juegan un papel clave y aunque la mayoría asisten a las reuniones cuando se les convoca y los alumnos creen que la relación es buena, los profesores detectan algunas carencias como interés en los trabajos que hacen sus hijos; colaboración con el centro para resolver conflictos (y que se les dé oportunidades y contextos para hacerlo). Un 20% además dice sentir que los progenitores valoran poco su trabajo como docente y un 30% ha sufrido alguna vez un trato "ofensivo o insultante" de alguna familia.