Jamás imaginó la estufa, un electrodoméstico humilde, que llegaría a tener tanto protagonismo. Y tampoco lo esperaban los que las fabrican, esos que ahora se frotan las manos ante el subidón de ventas experimentado a raíz de la ley contra el tabaco. Comercios y distribuidores y sus almacenes vacíos –las existencias se han agotado en muchos sitios– confirman el auge de los calefactores de exterior, que sirven para que los fumadores puedan echarse el pitillo (y consumir, que es lo que les importa a los restauradores) sin morir congelados.

"Los que teníamos han volado en unos días", confirman desde Leroy Merlin, "es muy curioso, no nos lo esperábamos". El incremento de ventas comenzó durante las vacaciones navideñas y se disparó en los primeros días de enero. Eduardo Hernández, gerente de Tecna, otro distribuidor a nivel nacional, explicaba a Efe que en España se vendió la última unidad de estos artilugios en un tiempo récord. Según relató, entre finales y principios de año vendieron 300 estufas.

Algunos empresarios ya tenían estufas de antes (porque hubo un antes de la ley anti tabaco y también había gente que consumía en la terraza y pasaba frío) y ahora, depende cómo vaya, se plantearán ampliar la familia. Antonio Mas, dueño del café restaurante La Riba en la calle Antoni Maura, hace tiempo que se aprovisionó de dos calefactores. Él optó por el estilo tradicional, el de seta, y por la máxima seguridad. "Esta es catalítica, es más segura que la que tiene llama y si se mueve o si hace mucho viento se para". De la marca de Campingaz, de referencia y de confianza según indica, le costó cada una alrededor de 350 euros (las hay que pueden costar 600 euros).

Mas critica que el ayuntamiento de Palma les deje poner estufas pero que no permita instalar cortavientos o "aunque sea una pequeña mampara de medio metro" para proteger un poco más del frío a los clientes. "Es el único ayuntamiento de la isla que no te deja ponerlas", lamenta.

Efectivamente, desde Cort confirman que no está permitido poner invernaderos ni cortavientos de plástico como los que se ven en otros pueblos. El motivo es técnico ya que consideran que eso sería "privatizar el espacio público". Según la ordenanza de Ocupación de la Vía Pública, redactado por la concejalía de Gobierno Interior, los bares y restaurantes deben renovar el permiso de ocupación cada año y el único requisito que deben cumplir los calefactores exteriores es contar con la pertinente homologación de la Unión Europea.

Los empresarios del sector de la hostelería y la restauración han iniciado una suerte de competición por la estufa más original. Y es que dicen que el fuego atrapa y una buena llamarada puede ser decisiva a la hora de elegir bar. Y si no basta fijarse en la plaza Joan Carles I, donde conviven tres tipos de calefactores.

En el Palma no arriesgan y apuestan por las estufas–setas, que han demostrado su utilidad. En el Bosch, donde la terraza (utilizada durante décadas por los palmesanos para ver y dejarse ver) es parte fundamental del negocio y este año se han lanzado a la innovación con unas estufas con forma de pirámide y con llama a la vista. "Tienen mucho éxito entre la clientela", asegura uno de los camareros. Pablo Rodríguez-Navas, cliente habitual, lo confirma: "Son muy de vanguardia, deben ser las más modernas de Palma". Además, cree que cumplen su función. "Dan más calor, o por lo menos dan más sensación de calor, quizás sea por que ves la llama", valora.

A escasos metros de allá, el Cappuccino presume no de estufa, si no de chimenea. Sus clientes pueden tomarse el café o refrigerio bien resguardados aunque estén en el exterior, pues además de estufas-seta han instalado una suerte de chimeneas acristaladas. Llama la atención la más grande de ellas, que parece una especie de acuario con una mini-hoguera dentro. Doble función: dar calor y servir de reclamo. Dolores Ferrer, otra habitual de las terrazas de esta zona, asegura "no haber visto nunca nada" como las estufas del Cappuccino. Destaca riendo lo que ya ha observado en varios bares: las mantas. "Parece algo raro, pero es muy cómodo", opina.

Thorsten Haecker, del bar Coto de Plaza Drassanes, explica que en su negocio apostaron por las mantas desde el principio y que en su país de origen, Alemania, es muy común. "Allí no puedes estar sin manta, ni siquiera en verano", apunta. En este bar se toman muy en serio el crear un espacio agradable y además de las mantas de colores –que de tanto en cuanto roban…– han colocado limones y mandarinas encima de los ceniceros para camuflar el olor, porque, y aunque se nos olvide, "los no fumadores también quieren estar en la terraza". Thorsten pone el dedo en la llaga ante un problema que puede manifestarse cuando llegue el buen tiempo. Y es que ahora los no-fumadores se burlan del frío que pasan en las terrazas los que quieren fumar, pero ¿qué pasará cuando llegue la primavera y todo el mundo, adictos al tabaco y no adictos, quiera disfrutar de tomar una cañita al sol?