Los dos empresarios de Palma no se limitaron a entrar en la cuenta electrónica de la empleada y a leer los mensajes que había escrito, en los que, al parecer, les criticaba. Quisieron poner su impronta. Uno de ellos escribió un texto donde acusaba a su antigua trabajadora de infidelidad y de ser una mujer amargada. Su socio fue quien se encargó de enviarlo a ocho personas incluidas en la agenda personal de la víctima.