Albert Camus reconocía deber al fútbol todos sus conocimientos sobre la moral y las obligaciones de los hombres. Sin duda, habría tenido más de una larga, serena y profunda charla con José María Lafuente López, probablemente el ser humano más inteligente que he conocido. Siempre agradeceré al destino mi dedicación al periodismo deportivo, circunstancia que me dio la oportunidad de conocer a esta figura de la abogacía y la política.

No sé si su ausencia de los aún recientes actos conmemorativos del cincuentenario del primer ascenso del Real Mallorca a Primera División fue voluntaria, forzosa o, simplemente, un olvido de los organizadores que, en este caso, habría resultado imperdonable. Me inclino a pensar que se impuso su deseo de permanecer en la sombra, como lo hizo ya entonces, a partir del año 1958, cuando ocupó el cargo de secretario en la directiva presidida por Jaume Rosselló. Fué el verdadero artífice de aquella transformación, aunque nunca reclamó gloria ni poder, a diferencia de la mayoría de empresarios o profesionales de éxito.

También fue el cerebro del Mallorca pergeñado por Miquel Contestí, la etapa más larga de la historia del club, sin que trascendiera ni su nombre, ni su labor, proyectada a través de su hijo, José María Lafuente Balle, a quien no pudo inculcar sus ideas políticas, pero si su mallorquinismo. Este modesto rincón del Diario es el único, particular y modesto homenaje que le puedo brindar.