No hay puerto sin cantina ni astilleros sin piratas. Ni siquiera en la elegante Mallorca, donde la náutica es solo deportiva y las tabernas de pelotazo mañanero se esconden como si no estuvieran. "Esto no es Bilbao ni Vigo, pero aquí también hay tortas [en realidad dice algo menos fino, pero ya se pueden imaginar qué]", cuenta risueño uno de los 1.500 tipos de torso ancho y risa socarrona que cada mañana se adentran en el Moll Vell para vérselas con cascos, velas, cubiertas y botavaras. Trabaja en un sector en el que los clientes se ganan a dentelladas. Sobre todo cuando hay crisis y las vías de agua en la cuenta de resultados amenazan con llevarse a pique a los más débiles. Puede jurarlo por el alma de Barbarroja la empresaria Cristina Martínez, de Yacht Projects, una firma de tamaño medio que este año ha sufrido puñaladas de taberna del peor jaez. "Hemos recibido amenazas de grandes empresas extranjeras que operan en el Moll Vell solo por acercarnos a los barcos, como si no se pudiera competir libremente", denuncia, antes de detallar que en el siglo XXI los navajazos se reparten con email. "Tengo correos en los que dicen que nos van a destrozar", abunda Cristina. Y apunta con bala de cañón a los competidores más rudos: "Los ingleses copan el mercado. El 80% de los capitanes son ingleses y se nota que a los mallorquines nos quieren dejar fuera".

Todo porque el botín no da para todos. Con la crisis torpedeando la línea de flotación del sector, las dificultades mínimas se vuelven galernas ingobernables. El último cañonazo lo ha pegado el Gobierno en el timón del sector naval, cuando decidió endurecer las condiciones de trabajo con barcos de paraísos fiscales. "Para trabajar con esos barcos te piden documentos que es imposible tener, y por cada uno que falta, 1.500 euros de multa, hasta un máximo de 10. Estamos todos con el culo apretado porque como nos vengan nos hunden. ¡Es que el 95% de los clientes son de paraísos fiscales! Solo hay que ver las banderas en el puerto. Nuestro trabajo no es mirar el origen del dinero, para eso está Hacienda, a la que pagamos los impuestos que toca", explican desde el lógico anonimato en un empresa naval, a la que ya le crujen las jarcias por la estructura de costes. Les pasa a todos en los tiempos de la recesión y el regateo. "Te pelean cada euro y luego hay que rezar para cobrar", se lamenta el gerente de Pentanautic, firma de motores que alerta de que la morosidad es como el iceberg que hundió al Titanic: imposible de esquivar. Y menos en pleno temporal, cuando cada empresa negocia las olas con voracidad de naufrago y temeridad de galeote. Sobre todo en esta Mallorca que flota como puede con el lastre de los costes de insularidad. "[El ex president] Cañellas dijo que Mallorca es un bien escaso. Nunca tuve claro qué quería decir, pero empiezo a pensar que se refería a que aquí todo es carísimo", cuenta con sorna un viejo lobo de mar del naval, el afilado Pedro Mus, que en la peor crisis anima a poner cara de perro y seguir bogando: "Más calidad y menos precio, esa es la receta".