Material de construcción que se oxida y se pudre bajo la lluvia. Ni un alma en la calle y sólo dos coches aparcados. Vallas que cierran caminos que no van a ninguna parte. Persianas cerradas y balcones desiertos, sin una triste maceta. Calles sin apenas personas, sin personalidad, sin nombre.

A los pocos inquilinos que viven en Sa Marina de Son Gual les vendieron que iban a vivir en una especie de paraíso en la tierra pero viven en una especie de isla rodeada de solares, donde a duras penas llega el cartero, el alumbrado falla cada tanto, el servicio de limpieza aparece cuando le viene bien y han visto ya demasiadas ratas. Por lo menos ahora tienen agua, y no como los dos primeros años que se abastecían con camiones cisternas.

Este complejo residencial situado a unos 15 kilómetros de Palma es uno de los escenarios más representativos de los efectos del terremoto inmobiliario. Es una promoción de Martinsa-Fadesa, que presentó concurso de acreedores en julio de 2008, donde viven tan sólo una treintena de familias. Se pierden en una urbanización con dos piscinas, un parque infantil y 166 viviendas; se ahogan con unos gastos de comunidad exagerados.

"Todas esas casas son de los bancos", dice una vecina señalando a un grupo de bloques cerrados a cal y canto. Las ´casas de los bancos´ nunca se han abierto y su interior se va deteriorando. Los canalones se atascan, las tejas se caen, las humedades aparecen. Incluso han entrado a robar varias veces, llevándose lo que hay en las viviendas sin inquilinos: persianas y cocinas.

"Nos dijeron que tendrían nombre de posesiones mallorquinas... pero se llaman calle A, calle B...", explica Sandra Martínez. Ella no vive en la urbanización de Martinsa-Fadesa, pero comparte la sensación de desamparo con sus residentes. Sandra habita una de las viviendas de protección oficial situadas justo enfrente. Parece que al no haber despegado la zona como parecía que iba a pasar, los escasos vecinos que allí resisten no merecen la atención del ayuntamiento de Palma. Desde que se mudaron hace ya dos años, Sandra y su familia –que incluye a un bebé– viven abasteciéndose de agua con camiones cisterna. Los cortes son continuos.

Y no sólo es eso. No cuentan con transporte público ni con servicios y para cosas como una emergencia médica, comprar arroz o unas aspirinas tienen que desplazarse una decena de kilómetros hasta Sant Jordi.

Al menos lo que sí tienen, y mucho normalmente, es silencio y tranquilidad. Excepto aquella noche de abril en que se celebró una fiesta clandestina, una rave, aprovechando lo aislada que está la zona. Más de un año después, la suciedad sigue ahí. "Hasta en Son Banya hay barrenderos", se queja esta joven. La conclusión a la que llegan Sandra y sus vecinos es simple: "Al final nosotros pagamos el pato".

Acercándonos más al centro de Palma también encontramos víctimas de un descalabro inmobiliario que ha roto las espectativas de mucha gente, empresas e instituciones. En la zona del barrio de Amanecer las calles también son anónimas.

Javier Sombra vive en la calle C. Hace años que oye que van a hacer una urbanización, pero lo cierto es que él sólo ve inmensos solares vallados llenos de plantas salvajes. Eso sí, esta zona, conocida como Son Ferragut y de más de 110.000 metros cuadrados de extensión, tiene aceras, farolas –sin cabeza–, alcantarillas e incluso su propia salida de la vía de cintura, debidamente clausurada desde hace años.

"Sólo se ve a gente que pasea al perro y a jóvenes fumando porros", dice Javier. A él no le gustan estos solares, pero ya ni se queja: "No es muy bonito, pero estamos acostumbrados". Estos terrenos eran de Ibercon, constructora que hace poco menos de dos años tenía en mente construir uno de esos "nuevos barrios" de Palma. Incluso Cort planeaba ubicar allí el centro de Salud de Son Gelabert y se habló de trasladar a esta zona el antiguo centro de transeúntes de Can Pere Antoni, pero esos planes han quedado en nada. Ibercon, que pasó momentos críticos, ha vendido esos terrenos para ir deshaciéndose de otras viviendas. El futuro de la zona es incierto.

Si andamos hasta la calle E, llegamos hasta la Femu: el barrio vallado. "Esto hace años que esta así", dice Carmen Nieva, "ayer [por el lunes] asfaltaron la calle, pero sigue cerrada". Esta vecina quiere que abran ya el paso. "No es agradable vivir así", comenta señalando una zona verde con juegos infantiles envueltos en bolsas de basura, "ahí hay un parque nuevo, pero no podremos entrar hasta que empiecen a vender pisos".

Carmen se refiere a Jardines del Amanecer, una urbanización que Ancosa está construyendo desde hace unos seis años y que espera recepcionar en el plazo de un mes. La promotora no quiere precisar cuántos pisos ha vendido. Sólo deja claro que ha vendido "lo suficiente como para constituir una comunidad de vecinos".

"Nos dijeron que abrirían la calle el 1 de septiembre", dice enfadada Cati Moreno, al frente del Orange Station, un bar sitiado por las barreras. Arrancó el negocio hace dos meses, esperando el despegue del ´nuevo barrio´; pero ahí sigue, a la espera de que abran este vial que conecta con la rotonda del Conservatorio.

En Son Güells las calles sí tienen nombre y el verde del césped brilla con intensidad, pero por reluciente que esté todo la sensación de desamparo es inevitable: viales cerrados, falta de servicios de limpieza y de contenedores, ausencia de presencia policial (y en consecuencia, inseguridad)... A sus residentes también les vendieron la idea de que iba a ser un agradable barrio de Palma, donde no les iba a faltar de nada. Hace dos años y una crisis inmobiliaria que viven allí y se sienten "abandonados".

Alberto Baz y José Luis Muñoz fueron de los primeros en llegar a esta zona, donde en un principio estaba previsto que vivieran cuatro millares de personas, entre los residentes de las urbanizaciones de Royal Urbis y Vértix y las casi 1.500 viviendas de protección oficial que están anunciadas.

Los "pioneros en todo", como son Alberto y José Luis, se han topado con que las cosas no son como les prometieron. Para empezar, los viales que les permitirían conectar con el Rafal y acceder a sus casas más fácilmente – sin dar rodeos surrealistas–, están cerrado pues los vecinos han tenido la mala suerte de que esos terrenos pertenezcan al malherido grupo Drac.

Precisamente en esos solares fue donde les aseguraron que ubicarían una zona comercial que nunca vieron: para hacer la compra, lo más cercano es el Rafal Nou; y para tomar un café, hay que ir a Ikea. Para todo es casi inevitable usar el coche. "Nos parece muy bien que fomenten carril-bici, el transporte público...¡pero nosotros también queremos!", protesta Alberto.

Los vecinos de Son Güells tampoco tienen ningún centro de salud ni ninguna farmacia cerca. Se plantean qué pasará cuando se construyan las más de mil viviendas de protección oficial previstas: "¿A qué médico irá toda esa gente?", pregunta Alberto, presidente de una asociación de vecinos que no persigue utopías, sino los requisitos básicos para ir dándole forma y alma al barrio.

En Bunyola encontramos otro ejemplo de idea deslumbrante que ha quedado paralizada, deteriorándose entre goteras y litronas vacías, por culpa del varapalo al negocio inmobiliario. El centro multiusos comenzó a construirse en 2007 con la ilusión de todo el pueblo –es la mayor obra pública de la historia de Bunyola– e iba a albergar aparcamientos, un supermercado y otros comercios, dependencias municipales y un centro de salud. Pero la constructora, Jutoba, hace más de un año que detuvo las obras por el concurso de acreedores que pesa sobre ella.

"El alcalde no hace nada y es muy feo", protesta Carola Liesen, "al menos antes servía porque lo usábamos para aparcar". "Parecía que iba a estar muy bien", apunta Rosa Valencia, que vive al lado, "pero hace mucho tiempo que está así y los chicos montan fiestas". Rosa resume la situación de muchos vecinos mallorquines decepcionados: "No pensaba que se quedaría así".