Aunque han transcurrido 58 años de la tragedia, aún se mantiene el recuerdo de los marinos que se hundieron con el submarino de la marina de guerra española C-4, a unas trece millas del Morro de sa Vaca, frente al Torrent de Pareis. El submarino C-4, con otro de sus gemelos, había sobrevivido a la guerra civil española, que se cebó en el arma submarina, la cual quedó hundida o fuera de servicio en un 80 por ciento.

Transcurría la tarde del 27 de junio de 1946 cuando el submarino C-4, saliendo ya a la superficie después de realizar unos ejercicios en compañía de destructores y dos submarinos más, fue pasado por la quilla del destructor Lepanto. Herido de muerte, el sumergible se fue al fondo con toda su tripulación, quedando a una profundidad de unos trescientos metros. Desde aquel momento, el submarino C-4 se convirtió en panteón naval.

Al poco de producirse el accidente, se inició la búsqueda de supervivientes, en la que participaron diversas embarcaciones, así como varios destructores y los submarinos: el General Sanjurjo y el G-2. A pesar del constante rastreo en las aguas en que se produjo el hundimiento del submarino, no se encontraron supervivientes. Algunos restos de enseres del C-4 emergieron a la superficie.

La noticia del hundimiento trascendió rápidamente. En Cartagena, base y cuna del arma submarina española, ciudad de la que eran muchos de los oficiales y tripulantes del C-4, la sesión de los cines se interrumpió para dar la noticia de su pérdida. Debido a la censura de la época, no se tuvo confirmación oficial en Palma hasta el día siguiente, cuando el jefe del sector naval de Balears emitió una escueta nota a la prensa local confirmando la pérdida del submarino C-4, hundido con toda su dotación.

La desaparecida tripulación estaba integrada en el momento de su hundimiento por seis oficiales y 39 suboficiales, especialistas y marineros. Era su comandante el capitán de navío Francisco Reina Carvajal, oficial tan condecorado como valorado. El resto de la oficialidad la formaban los tenientes de navío Horacio del Barrio Ribero y José Ribero Tapiador; los alféreces de navío Francisco Martínez García y Antonio Bosque Blanchi y el oficial de máquinas José Cifuentes González. No había tripulantes mallorquines a bordo del submarino desaparecido. El segundo comandante del C-4, teniente de navío Enrique Roland, se salvó, ya que no pudo embarcar por encontrarse de baja por enfermedad. También sobrevivieron dos mecánicos del C-4, desembarcados por cambio de destino horas antes de que el submarino abandonara el Port de Sóller.

El tremendo impacto del destructor Lepanto sobre el casco del submarino fue fatal. La roda del destructor arrancó de cuajo la torre del C-4. El boquete causado sobre la cubierta del submarino provocó la entrada masiva de agua, por lo que el buque se fue al fondo muy rápidamente. En cuanto al destructor Lepanto, sus destrozos en la parte inferior de su proa eran grandes, aunque no se temió por su seguridad.

Al producirse el impacto, el cañón del submarino actuó como una cizalla, rajando la parte viva del Lepanto. Escoltado por el destructor Churruca, participante también en dichas maniobras, el Lepanto pudo llegar a la base de Sóller. De este destructor partieron los torpedos que hundieron el crucero Baleares el 6 de marzo de 1938 durante la guerra civil.

La flota submarina española al iniciarse la guerra civil ascendía a doce unidades, seis de la clase B y otros tantos de la clase C, más moderna que la anterior. El arma submarina se mantuvo plenamente en manos de la República, aunque se quedó prácticamente sin oficiales, ya que muchos fueron ejecutados o quedaron en zona franquista.

En cuanto al C-4, que incluso estuvo mandado por oficiales rusos, llegó a operar en el frente del norte. El C-4 realizó el primer servicio submarino en el país entre los puertos de Barcelona y Maó, en 1938, sirviendo también como transporte de personal entre ambos puertos. Los submarinos de la clase C fueron construidos en Cartagena entre los años 20 y 30. Desplazaban 916 toneladas en superficie y 1.290 en inmersión. A proa tenían montado un cañón de 76 milímetros y disponía de seis tubos lanzatorpedos. Su tripulación habitual era de cuarenta hombres.