Hace muchos años que algunos gobernantes se dieron cuenta de las dificultades para ejecutar diferentes actuaciones políticas con las rígidas estructuras de la Administración. Surgieron así decenas de empresas públicas, institutos, fundaciones y demás apéndices de las conselleries para, en teoría, prestar un mejor servicio al ciudadano y llegar donde los monolíticos departamentos funcionariales ni soñando podían arribar.

El sector público creció así de manera descomunal, tanto a escala municipal, insular como autonómica. Cuando más nimio o intrascendente era el cometido del nuevo ente creado, más descontrol social había sobre su funcionamiento. Pero los políticos corruptos se han servido de la periferia de la nueva administración para enchufar a sus colegas o familiares, camuflar gastos impresentables y cobrar sobornos millonarios, que sin estas tapaderas no podrían percibir con tanta facilidad.