La jornada de reflexión también sirve para mirar al retrovisor y reflexionar sobre contenidos, escenas, mensajes, novedades y sorpresas -relativas en este caso- de la campaña electoral.

Ha estado más polarizada y fragmentada que nunca. El incremento de ofertas ha sido determinante para ello y ha obligado a la pugna doméstica que, últimamente, está más disputada que nunca porque, en cuestiones políticas, la familia también es cómo es y no tanto como uno desearía que fuera. Qué se lo pregunten al Biel Company que ahora dice remontar y se ha visto forzado a oír los ecos de la visita de Santiago Abascal, aunque ha podido prescindir de la hiperactividad, por lo menos locuaz, de Albert Rivera.

Es lo que queda del estruendo de los últimos cartuchos de campaña, unos sonidos que, por cierto, también llevan franquicia postal a cuenta del encontronazo entre Correos y el PP por el retraso en el envío de papeletas a veinte municipios. El mail electoral desproporcionado, capaz de atascar portales, ha sido objeto de más de una queja vecinal. Quizás ha llegado el momento de revisarlo. Es decir, limitarlo o anularlo.

Habrá que reconocer, por otro lado, el mérito de Joan Monjo por irrumpir desde Santa Margalida en la campaña general. Lo ha hecho con viejas herramientas afiladas para la ocasión: empadronamientos sospechosos, obras a la ligera y un agroturismo fuera de ordenación. El Pi no había previsto en su cartel tanta maleza capaz de disimular su esbeltez de avance en la predicción de voto.

Si, a última hora también ha venido Pedro Sánchez. El presidente en funciones procuró que su presencia sirviera para sellar, en capacidad de atracción, la repetición del actual pacto de gobierno y para volver a prometer este REP que siempre se queda en el tintero. Sánchez quiere que Francina Armengol se mantenga como primogénita aunque en Més no están por la continuidad de la estabilidad familiar y Miquel Ensenyat no reconoce a hermanos mayores de una izquierda que siempre ha tenido familia numerosa.