Mallorca y España no son para Bauzá una conllevancia, sino una disyuntiva. Esta cerrazón ha contribuido a la probable caída de su Govern, a través de un cambio con visos de revolución pacífica que se cocinó el domingo en los municipios de Balears. El PP era una herramienta de probada utilidad para unir sensibilidades locales antagónicas. Los alcaldes populares podían ser radicalmente conservadores o militar simultáneamente en el GOB y la Obra Cultural. El president exigió uniformidad, y obligó a los electores a optar. Al entrometerse, perdió núcleos fundamentales para cimentar su permanencia en el Consolat.

Las caídas de Inca, Manacor, Ciutadella o Calvià producen mayor vértigo que el cambio de mayorías en el Parlament. En el caso de Marratxí, se suma el valor emocional de la residencia de Bauzá, la sede de su farmacia y el ayuntamiento donde estrenó su carrera política. Las listas paralelas en Alaró, Pollença o Sineu también han sido demoledoras para el PP. Por no hablar del abandono al borde de la desesperación de valiosos peones, como el alcalde Gabriel Serra en sa Pobla. En todos los casos, el Consolat se comportó con una temeridad suicida ante las consecuencias de su ansia homogeneizadora.

Por principio, todo presidente regional acaba convertido en autonomista, al margen de su extracción. Manuel Fraga, Rodríguez Ibarra, José Bono, Patxi López o Esperanza Aguirre aportan ejemplos de líderes de ascendencia española irrebatible subyugados por la región que representan. Bauzá ha sido la excepción, y nunca ha distinguido la integridad del integrismo. En la cita cuatrienal, los municipios que quiso españolizar le han dado la espalda.

Al igual que hizo para erradicar cualquier atisbo de regionalismo en la expulsión de líderes como Jaume Font o Francesc Fiol, también en la esfera municipal ha enarbolado Bauzá la lucha contra la corrupción, para expulsar a alcaldes molestos por sus veleidades nacionalistas. El caso más sintomático corresponde a Bartomeu Cifre en Pollença. A la hora del recuento de votos, la purga se ha vuelto en contra de su administrador.

En casos como Banyalbufar, la introducción de paracaidistas afines ha eliminado absolutamente la representación del PP. En la inmensa mayoría de municipios, la interferencia del Consolat ha resultado catastrófica, por no hablar de los perjuicios infligidos a la lista autonómica encabezada por el exterminador de disidentes.

Ni Cañellas ni Matas lograron gobernar con la paz perpetua de sus municipios, véase la revuelta encabezada por Carlos Delgado en Calvià contra el exministro de Aznar. También Bauzá debió sopesar algún problema larvado, cuando tenía que visitar los pueblos de Mallorca rodeado de efectivos de la Guardia Civil. El cargo de president responde a criterios de proximidad y contacto con la ciudadanía.

Ante el conflicto, Bauzá exigió condenas, así en Bunyola como en Manacor, en la línea de las peticiones de delito para los ocupantes de la conselleria de Educación. De nuevo, ni Cañellas ni Matas respondieron con la fiscalía a incidentes similares. Jordi Pujol se apeó del coche oficial zarandeado para apaciguar a sus agresores, Fraga sosegó peripecias enconadas. La pacificación de la calle que supuso la irrupción de Podemos tenía fecha de caducidad, el pasado domingo. Los municipios se cobraron el desafecto presidencial con creces.

Desde la base municipal, Bauzá ha colocado al PP en una situación de debilidad inédita. Los populares tendrán que eliminar de su discurso las alusiones denigratorias a tripartitos o "gobiernos de perdedores". Por primera vez, la derecha necesita más partidos que la izquierda para liderar las instituciones. La eclosión de PI y Ciutadans, por no hablar de las pujantes plataformas municipales, suple la rigidez que Bauzá reclama a sus tropas.

Lo peor de los tópicos es que acostumbran a ser ciertos, Los datos municipales confirman que Bauzá ha funcionado como un fabricante de nacionalistas. Su política de exclusividad españolista, a menudo fruto de la ignorancia, ha catapultado a Més hasta los setenta mil votos. Estos resultados se sitúan por encima de las expectativas econacionalistas. Sus dirigentes más notorios apostaban por 25 diputados del PP y cinco de Ciutadans. Desde la base municipal, los electores desafiaron la menguada confianza en sí mismos de los líderes de Més.