Elogio del fracaso

He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. 26 veces me han confiado el tiro para ganar el partido y lo he fallado. He fracasado una y otra vez en mi vida y eso es por lo que tengo éxito. Michael “Air” Jordan.

Esta mítica frase me acompaña en todos los partidos que mi hijo Pep juega en el Pabellón de La Salle, ya que la tienen destacada (muy destacada) en los muros de la cancha y muy a menudo me hace reflexionar sobre “el perquè de tot plegat”.

William Faulkner, un magnífico escritor, aunque probablemente un pésimo baloncestista, se expresó en términos similares “Fracasar y luego volver a intentarlo. Eso es el éxito para mí”.

En el mundo de las startups, contar con algún fracaso a tus espaldas enriquece tu currículum. Los fracasos son excelentes maestros, el éxito es un adulador engañoso y no nos prepara para las frustraciones que siempre (siempre) genera el fracaso. Recuerda que eres mortal, le susurraban al oído a los emperadores cuando se les iba la pinza (lo que ocurría con demasiada frecuencia). Solo en el año 69 de nuestra era gobernaron 4 emperadores: Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano. Y eso que el primero de ellos sustituyó a Nerón, que estaba como una regadera.

En la actualidad no se prepara a nadie para el fracaso. En el universo de las Redes Sociales fracasar es de perdedores. No se valoran las enseñanzas que proporcionan los reveses, los pequeños y grandes traspiés, las piedras en el camino, los palos en las ruedas. Fracasar nos hace humildes, nos empuja a mejorar, a desarrollar nuevas perspectivas, a enfocar los problemas de manera distinta y buscar soluciones alternativas. Los que nada quieren saber de todo lo bueno que se puede aprender de un fracaso se convierten rápidamente en tramposos (como Trump), mentirosos (como Trump) y están dispuestos a todo con tal de revertir los efectos del fracaso (como Trump). Un trumposo.

Es muy conocida la frase de Edison “He conseguido saber 1.000 maneras distintas de como NO hacer una bombilla”. Luego patentó más de 2.000 inventos, aunque no todos fueron eficaces. Steven Spielberg fue rechazado en varias escuelas de cine y a J.K. Rowling le negaron la publicación de los libros de un tal Harry Potter una y otra vez. El fabricante James Dyson se tiró 15 años diseñando prototipos de su innovadora aspiradora, el prototipo 5.127 le convirtió en un empresario de éxito.

Podemos hacer un recorrido nostálgico repasando innovaciones e inventos que duermen el sueño de los justos (alguno de ellos propiedad de las empresas más punteras y capitalizadas del mundo mundial): el láser disc, el Fax (aunque tuvo su década de gloria), Google Plus, Apple Newton (fracasó, pero puso la semilla de la que germinaron los Iphone), Segway (la idea era buena, y la versión simplificada, los patinetes eléctricos, inundan nuestras calles), Mirosoft ZUNE (no pudo competir con el IPOD), Sony Betamax (triunfó el VHS, para desaparecer poco después), HD-DVD (nadie lo recuerda, pero compitió duramente contra el BlueRay), Windows Vista, Amazon Fire Phone, Googe Glass, Twitter Peek (si lo juro, existió, búscalo en Google), la consola Dreamcast, Windows Phone, Google Wave, Nintendo Virtual Boy, el Beeper (el clásico “busca”, tuvo su momento de gloria efímera), el Nokia N-Gage (un spoiler, fracasó como producto justo antes de que la compañía fracasara de manera completa), el Minidisc…. Y el más descerebrado de todos ellos, el Teletrébol, una abominación engendrada por Telecinco que pretendía convertir a la cadena en “algo interactivo”. Con un par y sin mamachichos que alegraran el panorama.

Si repasamos la lista veremos que hay ideas luminosas de las empresas más poderosas del universo. Apple, Google, Amazon, Microsoft, Sony, Twitter, Nokia… Fracasos que en muchas ocasiones fueron las brasas sobre las que Aves Fénix de todo tipo resurgieron de sus cenizas para crear productos magníficos e indispensables que nos acompañan a diario, haciéndonos la vida más fácil y amena.

El éxito instantáneo convierte a los emprendedores en empresarios conservadores empeñados en repetir las mismas fórmulas una y otra vez (“It feels that time have changed” que dijo Pat Garret. “Times may be. Not me” le replicó the Kid).

Innovar lleva aparejado un acto de fe, de saltar al vacío (tomando precauciones, eso sí). Llegar demasiado pronto solo sirve para allanarle el camino a los siguientes. Llegar demasiado tarde solo lleva aparejado quedarse con las migajas.

En las sociedades latinas es fracaso, está muy mal visto y penalizado, tal vez por eso nuestros mayores logros hayan sido ponerles un palo a las cosas: a los caramelos, a las fregonas y sobre todo a las ruedas.

En las deslumbrantes oficinas anglosajonas, escandinavas y vikingas se considera el fracaso como una etapa más en el camino hacia el éxito. Se examinan los detalles, los postulados, los procesos, las iniciativas, no solo los resultados. Si los primeros pasos son correctos, más pronto que tarde los resultados llegarán. Y serán buenos.

Y hasta que no cambiemos la forma de enfocar el concepto de innovación, empezando por los empresarios, siguiendo (y muy especialmente por las entidades financieras, cerriles y cerradas en la mayoría de los casos), las administraciones y esa legendaria oposición a cualquier cambio por parte de las mentes acomodadas seguiremos equivocándonos siempre en lo mismo y envidiando el dinamismo de las ágiles sociedades luteranas (otro día hablaremos de innovación y religión) que disponen siempre de los mecanismos más engrasados para accionar las palancas que mueven el mundo.

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