Es evidente que el ser humano ha colonizado todos los rincones de la Tierra, con independencia de habitar regiones con una climatología extrema, contar con una mayor o menor cantidad de recursos naturales, alimentos suficientes, agua y cualesquiera otros elementos que desde una perspectiva occidental nos resultan necesarios para el establecimiento y desarrollo de la vida humana sobre nuestro planeta.

Recientemente, en una reunión de buenos amigos, comentamos con cierta incredulidad la facilidad de reiniciar, del borrón y cuenta nueva que poseemos los humanos, sea cual sea su color y procedencia. Así es.

A pesar de sus profundas y por ahora incalculables consecuencias, son pocas o nulas las referencias que realizamos a crisis como la de la pandemia, a las guerras lejanas o próximas, la emergencia climática o la crisis energética, por no decir de la justicia social e intergeneracional.

Bajo el lema “sálvese quien pueda” nos aferramos a lo inmediato, a lo básico, al “aquí y al ahora” tratando de limitar nuestra consciencia a lo nuestro y a lo de los nuestros, desenfocando voluntariamente nuestra mirada hacia lo lejano, tanto en el tiempo como en el espacio.

Ni siquiera los conflictos que nos afectan directamente como el de Ucrania parecen importarnos a partir de la sexta semana en los noticieros. Y, sin embargo, sus efectos sociales y económicos los percibiremos durante décadas, fruto de la profanación de los derechos humanos hasta ahora universalmente reconocidos y por el sobrecoste industrial que arrastraremos durante años.

Debe ser nuestro instinto más ancestral que nos impulsa a sobrevivir una hora o un día más a toda costa y sin tan siquiera imaginar las posibles fronteras de nuestro horizonte a medio y largo plazo.

Muy grave debe ser el panorama de nuestro futuro colectivo, cuando por primera vez en nuestra Historia milenaria las jóvenes generaciones emergentes se han rebelado, pacífica y organizadamente, contra el actual poder establecido; reclamando para sí el derecho a una posibilidad de futuro justo, ambientalmente sostenible y económicamente viable.

Las nuevas generaciones no nos reclaman su derecho a un mega yate particular, a un deportivo, a un avión privado o a un palacete de lujo. No. Nos están recordando su más que evidente derecho a un hábitat salubre y climáticamente estable, el derecho a la paz y a la salud ambiental y atmosférica, su derecho al alimento, el agua y a los recursos naturales que estamos dilapidando y también su legítimo derecho a poder desarrollarse sin tener que levantar la pesada carga del lastre que en estos momentos les estamos imponiendo con relación a su futuro.

Vivimos tiempos de colisión de instintos naturales entre generaciones; vivir y sobrevivir. Procuremos que nuestro hoy no eclipse su mañana. No debemos olvidar que su futuro será nuestra memoria...