Si hay algo que me apasiona a nivel profesional es entender las conductas y los comportamientos del ser humano, me gusta observar como reaccionan las personas ante diferentes situaciones, y por supuesto entender que los ha llevado a llegar a ese punto. Mi psicóloga me dice siempre que soy demasiado cognitiva e incluso me recomienda que de vez en cuando me deje llevar, pero ya ven que no le hago mucho caso en esto, y siempre tiendo a racionalizarlo todo. Creo que tener esta afición me ha llevado a lo largo de los últimos años a juzgar mucho menos y a entender bastante más a las personas, pero les diré que no siempre es fácil, a veces desgasta demasiado ponerse todo el rato en el lugar del otro, y en este punto también les diré que me he desencantado un poco del ser humano.

Sé que no estamos pasando un buen momento a nivel emocional, y que todos llevamos a cuestas la mochila que nos ha dejado la pandemia, incluso cuando parecía que todo empezaba a coger velocidad de normalizarse no vemos envueltos en un conflicto bélico que quizás los que están arriba lo entienden perfectamente, pero los que están en las trincheras y lo sufren probablemente estén pensando que hace no más de dos semanas estaban haciendo las compras diarias en sus barrios que ahora están derruidos.

Habitualmente nos sentimos heridos porque algunas personas nos ofrecen una conducta hiriente, o podemos enfadarnos con alguien que nos hizo o nos dijo algo, sin ser capaz de ver más allá de ese enfado, incluso cuando el objeto causante tiene poca importancia. La mayoría de las cosas que nos afectan suelen ser pequeñas cosas que frecuentemente las personalizamos cuando en realidad no tienen que ver con nosotros.

La “Analogía del Iceberg” nos ayuda entender lo que sucede de una forma clara, y es que cuando nos ocurre algo así y podemos ver un comportamiento incorrecto en el otro o incluso en nosotros mismos, o un enfado que desde nuestro entendimiento pueda ser exagerado o inoportuno, no estamos más que viendo la punta del iceberg, justo debajo hay un mundo interno, invisible de cara a los demás donde se encuentran las creencias, los valores, la identidad, el entorno, sus experiencias, su educación… De tal forma que lo que vemos es una pequeñísima parte de la persona.

Para hacer que nuestro día a día, tanto a nivel personal como a nivel profesional, debemos ser conscientes de todo lo que puede haber detrás de ese comportamiento, pasa por crear una cultura positiva a la hora de relacionarse… Te dejo algunas ideas para que lo puedas poner en práctica:

  • Potencia los valores positivos como la empatía, la gratitud, la paciencia o la humildad, que parece que últimamente nos hemos olvidado.
  • Revisa tu estilo de comunicación. Cuidar el lenguaje es prioritario, utilizar palabras que ayuden a sacar el lado bueno de las personas
  • Fomenta la colaboración. Las batallas que se ganan en equipo también son éxitos individuales, sentirse parte de un todo, una familia, un equipo, una organización… Especialmente en momentos difíciles, no cargarse con el peso de las cosas y pedir ayuda no nos hará más débiles, nos hará mejores.
  • Entender la diversidad como un factor que nos enriquece, las personas somos únicas y distintas, cuando apostamos por entender la diversidad apostamos también por la creatividad y por la innovación, entender que la diversidad nos complementa.

Cómo dice Marcel Proust, “Nada, cambia, yo cambio, todo cambia”. Para que no te afecte el otro no se trata de que evites encontrarte con personas o situaciones que te puedan hacer sentir mal, sino de que a pesar de todo lo que pueda ocurrir tengas las herramientas necesarias para gestionarlas de la mejor manera.