En verano de 1989 hice un viaje por el norte de España con dos de mis mejores amigos, Salvador y Juan Manuel y hubo dos cosas que me llamaron poderosamente la atención: la escasa oferta hotelera existente (viniendo de un sitio como Mallorca dónde hay más hoteles que licenciados universitarios) y que muchos particulares alquilaran habitaciones de sus propias casas a personas que, como nosotros, no encontraban sitio adecuado donde pasar la noche. Casi 20 años más tarde, en 2008 dos diseñadores industriales norteamericanos Joe Gebbia y Bryan Chesky se mudaron de New York a San Francisco y se toparon con enormes dificultades para encontrar alojamiento porque se celebraba en la ciudad un evento importante. Tras alquilar un apartamento y para complementar sus ingresos, modificaron su sala de estar, compraron unas camas de aire y lo ofrecieron como alojamiento con desayuno incluido a cualquier persona que deseara hospedarse. Nacía así Airbnb (Air Bed & Breakfast). Hoy la compañía vale 31.000 millones de dólares, no ha tenido que construir nada y apenas tiene personal (comparado con cualquier cadena hotelera convencional).

Gebbia y Chesky en realidad no inventaron nada, simplemente dieron forma e instrumentalizaron un tipo de negocio que tanto en Cantabria, como en otros muchos sitios se estaba realizando de forma amateur desde hace décadas o siglos. Y como soy tonto de capirote, no supe verlo o de lo contario hoy se hablaría de Llitd’aireamb. Y estaría forrado. Hace apenas unos años Airbnb tenía unos 7.500 empleados en todo el mundo, mientras que Hilton tenía unos 156.000 y ambos gestionaban un número similar de habitaciones. Bienvenido a la economía colaborativa.

Es evidente que hay dos maneras diametralmente opuestas de afrontar los cambios que ocasiona cualquier tipo de revolución, sea industrial, tecnológica o personal. Todas dejan un reguero de cadáveres. Ante estos desafíos haya empresas que optan por tomar aspirinas, paliar el dolor temporal y esperar a que el temporal amaine (la mayoría son barridas por la marea) y las hay que optan por tomar vitaminas, se musculan y vigorizan, se adaptan a los cambios, innovan, tienden puentes y se preparan para liderar los nuevos tiempos. Ambos tipos de empresas son necesarios y se complementan entre sí. Si todas las empresas simplemente tomaran aspirinas seguiríamos aún inmersos en los años oscuros de la Edad Media, sin apenas dolor de cabeza eso sí. Si todas estuvieran fuertemente vitaminadas nos pasaríamos la vida adaptándonos a los nuevos cambios, sin capacidad de asimilar tanto movimiento y tal vez no dispondríamos de servicios básicos garantizados y la convivencia sería un caos. Demasiadas aspirinas son el origen del Renacimiento y posteriormente de la Ilustración, un movimiento arrollador, liderado por emprendedores hartos de tanto inmovilismo, que pone al hombre y la razón en el centro del universo. Demasiadas vitaminas generan desconfianza en sociedades generalmente conservadoras y acomodaticias y a menudo producen monstruos, como los que pintó Goya o como Savonnarola, que en la esplendorosa Italia de los Medici quiso apagar las luces y sumir a las gentes en el más profundo oscurantismo. Y acabó quemado, muy quemado (en el sentido más literal).

 Si tan solo tomamos aspirinas, enmascaramos el problema, paliamos los síntomas y aplazamos las soluciones. Si seguimos una dieta equilibrada de complejos vitamínicos fortalecemos nuestros cimientos, nos adaptamos a los cambios con fluidez, lideramos iniciativas exitosas y sobrevivimos en el cada vez más darwinista mundo de los negocios. A día de hoy no existe ninguna empresa que fabrique hielo, láser disc, fax, videos beta, camisetas con hombreras o teléfonos Nokia. Productos que en su día fueron las auténticas estrellas del baile y que hoy no son más que vagos recuerdos que se desvanecen como lágrimas bajo la lluvia. Los gigantes de hoy pueden ser minúsculos el día de mañana. Quién tome las decisiones adecuadas y se adapte mejor a los entornos cambiantes ocupará un lugar privilegiado en ese futuro que inexorablemente se abrirá camino ante nuestros ojos.

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