Quedan apenas diez minutos para que empiece el partido. Ingo Volckmann (Berlín, 1967), con paso acelerado, recorre el pasillo que conduce a la grada de Son Malferit. A su lado le secundan una fila de compatriotas. "¡Vamos Ingo!", le jalea la afición balearica entre aplausos y vítores. Es su héroe. Lejos de ruborizarse, Ingo levanta el brazo, aprieta el puño y saca músculo. Bastante, pero no tanto como el que ha aportado a la entidad blanquiazul desde que aterrizara en la isla allá por 2014.

"Ingo es como un hooligan", aseguraba hace solo dos meses y sin miedo a represalias Manix Mandiola a este diario. Físicamente no se equivoca. Rapado, corpulento y con la elástica blanquiazul, el mandatario del Atlético Baleares se aleja del estereotipo de cualquier directivo del fútbol español. A Ingo no le van los palcos, las comidas de directivas ni los micrófonos. Al máximo accionista de la entidad blanquiazul, quien posee en la actualidad el cien por cien de las acciones de un club que es sociedad anónima desde 2012, le gusta vivir el fútbol como un aficionado más.

Se sienta junto a los suyos, sin corbatas ni americanas; jalea a sus jugadores, a los que él mismo paga; celebra sus goles, los grita y los siente. Cuando acaba el partido, se toma las licencias de quien paga la factura y salta el muro que separa la grada del césped de Son Malferit. Allí tampoco ejerce de presidente, lo hace de amigo.

Amante empedernido de las veladas de boxeo, deporte que también practica, Ingo dice haber perdido la cuenta del dinero que lleva invertido en el club durante el lustro que lleva al frente del mandato. El empresario alemán, con varios negocios también en la isla, rescató a la entidad blanquiazul cuando en 2014 entró en concurso de acreedores, tras muchos años batallando por Segunda B y Tercera, categorías que apenas generan ingresos para cubrir los costes.

El regreso al Estadio Balear la temporada que entra es el gran sueño del directivo germano, una utopía que parece que tomará forma a partir del mes de agosto. Con ascenso o sin él este curso, con descenso o sin él la temporada pasada, Volckmann no se ha cansado y no se cansa de reafirmar por activa y por pasiva su compromiso con la entidad blanquiazul. Poco amigo de los medios, no tiene pudor en mostrar sus preferencias a la hora de hablar de sus propios jugadores.

Escudero de Ingo y bombero de sus principales incendios dentro del club, Patrick Messow, director deportivo del Atlético Baleares, es la mano derecha del presidente germano. Responsable del área técnica, llegó a la disciplina blanquiazul con el desembarco de la propiedad alemana. Joven e inexperto en estos lares, pecó de inocente durante sus primeras temporadas en la isla.

Preocupado por todo lo que rodea al club, la labor de Messow ha estado puesta en entredicho en varias ocasiones a lo largo de su mandato. Conocidos de sobra son sus dimes y diretes con Xisco Hernández, sus más y sus menos con Manix Mandiola o el controvertido fichaje de Rubén Jurado, que finalmente se fue al traste.

"Un juvenil", para el técnico eibarrés, Messow ha aprendido a no fiarse de todo el que toca a la puerta, una actitud que le ha ido reportando mayores éxitos. ¿El mejor? Su acierto al contratar a Manix el curso pasado. No darle continuidad la temporada que viene sería su mayor fracaso.