El británico Andy Murray se clasificó ayer, por segunda vez en su carrera, para las semifinales de Roland Garros, el único grande en el que no ha jugado todavía una final, tras derrotar, no sin dificultades, al francés Gaël Monfils por 6-4, 6-1, 4-6, 1-6 y 6-0 en un partido que se alargó hasta las tres horas y 15 minutos.

No imaginó Murray el sufrimiento por el que iba a pasar cuando se vio con dos sets por encima en el marcador. Reaccionó Monfils, que ganó la tercera manga y encaminó la cuarta. Entonces Murray solicitó el aplazamiento del partido por falta de luz. Los jueces, entre el abucheo del público francés, denegaron su petición. Monfils parecía lanzado a por el quinto y definitivo set, pero el galo se hundió para rendirse a un Murray que no le dio opción.

Como en 2011, cuando jugó sus primeras semifinales en París, el escocés, de 27 años y 8 del ránking mundial, se medirá por llegar a su primera final del Grand Slam de tierra batida contra el mallorquín Rafel Nadal, número uno del mundo y que busca su noveno título en Roland Garros.

Será el vigésimo partido que jueguen ambos tenistas, con 14 triunfos para el manacorí, el último en cuartos de final del pasado Masters 1.000 de Roma.

El séptimo cabeza de serie, que el año pasado se perdió el torneo de París por un problema de espalda, busca quitarse el estigma que tiene con el Grand Slam de tierra batida, su peor superficie pese a los progresos de los últimos años.

En el Abierto de Australia el otro grande que todavía no figura en sus vitrinas, el escocés ha disputado tres finales.

En París, Andy Murray nunca ha superado el penúltimo escalón. En 2011, el otro año que se presentó en las semifinales, se estrelló contra un pletórico Rafel Nadal que le despachó en tres rápidas mangas.

Pero desde entonces su progresión sobre la arcilla ha sido extraordinaria, hasta el punto de que esta temporada rivalizó con Nadal en cuartos de final del Masters 1.000 de Roma, donde el mallorquín le batió en tres costosos sets. Fue el colofón de una temporada sin títulos, pero en el que la progresión del ganador de Wimbledon de 2013 demostró que se acerca a los de arriba, incluso en una superficie donde teóricamente sus características se expresan peor.