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Oblicuidad

Ernesto Alterio se pone al nivel de Gassman

Pauline Kael nos ordena no ver dos veces la misma película, y los kaelettes seguimos a rajatabla las instrucciones de la suma sacerdotisa de la crítica cinematográfica. Imaginen por tanto el riesgo que asumo, al declarar públicamente que me gustaría revisar El cuarto pasajero de Álex de la Iglesia. La herejía exige una argumentación exhaustiva. Me rindo a la película en sí, desprovista del gore que afea por hábito a su director. Me enamoro de cada sonrisa de Blanca Suárez, y Alberto San Juan derrocha maestría en un papel restringido por la sobriedad encorbatada de un burgués recalcitrante.

Sin embargo, mi traición a la visión única de El cuarto pasajero tiene por objeto verificar que la colosal interpretación de Ernesto Alterio obedece a un prodigio humano, y no es un fruto algorítmico de la Inteligencia Artificial. El actor no da respiro durante la proyección, se necesita el remanso de los títulos de crédito para cerciorarse de que has presenciado una faena imborrable. La fragmentación del rodaje aumenta el mérito de la coherencia disparatada del personaje, su despedida de espaldas a la cámara no se asemeja solo literalmente al vagabundo por excelencia, Charles Charlot.

Sería ridículo que alguien se conformara con este artículo, en vez de testificar en directo la interpretación de Alterio, pero el resabio pseudocultural obliga a recordar que el actor hispanoargentino encarna a un absoluto sinvergüenza, en la estela y a la altura de Vittorio Gassman en La escapada. El compañero abrumado por el pícaro en la legendaria Il sorpasso de Dino Risi era Jean-Louis Trintignant, un papel traspasado a Alberto San Juan en El cuarto pasajero.

La utilización de Trintignant como referente visual en la película de Álex de la Iglesia trasciende así el tributo fúnebre, para acreditar la deuda con la frenética comedia automovilística. Pero Alterio no se limita a reinterpretar, ofrece un compendio de los estafadores que desgraciadamente han copado los medios de comunicación, con su hipócrita vitola altruista en ONGs de hojalata y ayudas viciadas al Tercer Mundo. A través de una sección final que evoca El gran atasco de Comencini, la valiosa El cuarto pasajero también demuestra que la relación tóxica con el coche empeora en las clases medias al esclavismo telefónico. Después de haber brindado la solución radical para el turismo en Veneciafrenia, el director se convierte así en el principal sociólogo del Reino. Pero aquí hemos venido a hablar de Alterio, sin medida.

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