Yo soy un espectador de mi propia película”, afirma Albert Serra. Pacifiction llegó ayer al Atlàntida Mallorca Film Fest con sus más de 300 horas de metraje transformadas en una pieza “transgresora”, “intensa” y de “humor ensombrecido”, rozando los límites de lo políticamente correcto. Una película que triunfó en el pasado Festival de Cannes y que lanza una crítica a la política contemporánea desde el paraíso tropical “perdido, podrido y corrompido” de la Polinesia Francesa.

“El poder y la jerarquía son temas que están a la orden del día. Cada día más criticamos esta especie de utopía en la que todo acaba pacíficamente. Lo estamos viendo en Rusia o en las tensiones de la extrema derecha. La película es visionaria”, sentenció Albert Serra en un encuentro con los medios. “Todavía no entiendo muchas cosas del protagonista. Es como en la realidad. Miras a Pedro Sánchez y piensas: ‘Es un maligno o de verdad le interesa el bien común, trabaja para defender intereses privados de su amigos o para defender a la gente’. Hay gente más trasparente que otra pero en general lo único que se ve son las consecuencias de sus actos. Toda la política en general está cubierta de una nube impenetrable”.

La obra está compuesta de imágenes “misteriosas y tensas”, donde los roles no están definidos y surge una desmitificación de los clichés. Según explica Serra, no queda clara la dirección, pero si lo malsano. Plagada de elementos “arriesgados” e indescifrables, incluso para el propio director, “abre vías al cine del futuro”. Un cine que define de libre y que, cada vez más, se consume desde plataformas digitales y otros dispositivos electrónicos alejados de la experiencia de la gran pantalla. “Yo puedo asimilar las virtudes o cualidades de una película también en una pantalla pequeña”, afirma. Sin embargo, destaca la importancia del impacto físico, sobre todo con películas difíciles, de la gran pantalla.

Serra se muestra crítico frente a la imperiosa necesidad del espectador de "cambiar de canal" cuando el filme le presenta alguna “dificultad” o general incomodidad: “Las películas ahora están rodadas para evitar a toda costa que el espectador sienta esto”. De todas formas, se mantiene optimista frente al futuro del cine de autor: “Se va clarificando el panorama. Solo quedarán los mejores. El resto que se vayan a hacer series que es para lo que les pagan”.

“La desventaja es que dura 2 horas y 45 minutos y los minutos más interesantes son los últimos 45, según dice la gente. Entonces debes esperar pero, por otra parte, tienes la ventaja de que te quedas con el buen sabor de boca del final. Aunque en una película tan conceptual no hay ni principio ni final”, destaca el director catalán. Y es por la suma de la necesidad de inmediatez del nuevo cine digital y este conceptualismo que el largometraje no está hecho para todos los públicos: “Buscan reaccionar inmediatamente cuando muchas películas requieren un esfuerzo para entenderlas. No me voy a poner al nivel de un idiota. Si la puede entender (mi película), es que me he puesto a su nivel. Es él el que debe sufrir esa impotencia e intentarlo”.

La estética de la película se revela “decorativa, artificiosa y exótica”, intentando escapar de la connotación negativa de lo banal o superficial. Las influencias francesas, firma personal de Albert Serra, continúan presentes en su décima cinta. Un largo que se suma a la cola de éxitos cosechados y que ayer pudieron disfrutar los asistentes del Atlàntida en La Misericòrdia.