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Entrevista

Federico Gallego Ripoll: «Los poetas somos los más libres, porque el poder no nos puede controlar ni malversar»

Mañana presenta su última obra, ‘Jardín Botánico’, en la Biblioteca de Babel, un poemario sobre los enigmas de la tragedia humana

Federico Gallego Ripoll. P. J. GALANES

Federico Gallego Ripoll (Ciudad Real, 1953) reside en Mallorca desde hace 27 años, su tierra elegida. Desde pequeño quiso ser poeta, su forma definitiva de expresión a pesar de haber sido dotado con el talento de ser un gran dibujante. Una trayectoria con más de 20 obras, en su mayoría premiadas, le sitúa como uno de los poetas españoles contemporáneos más importantes. En su último libro, Jardín Botánico, dialoga con los enigmas de la tragedia humana: la vida, el amor y la muerte mientras recuerda los hermosos paraísos donde se han vivido amores inolvidables.

Usted es de Ciudad Real pero se apellida Ripoll.

El origen es mallorquín, pero no es esa la razón de mi residencia aquí. He tenido la fortuna de poder elegir siempre dónde vivir. Mallorca fue una elección libre y consciente; como buen hombre de tierra adentro, la llamada del mar siempre fue poderosa. De niño, si cerraba los ojos, escuchando el viento en los trigales me imaginaba estar oyendo el mar. En Mallorca recuperé ese sonido de infancia, por eso es, desde hace 27 años, mi tierra elegida.

¿Cómo empezó en la poesía?

Siempre he escrito poesía. Creo que el ritmo poético ya me vino dado por los latidos del corazón de mi madre. Lo primero que escuché fue... música, su música; y ese ritmo me llevó a la poesía... su poesía, y la mía.

¿Qué aporta la poesía a la sociedad de hoy?

La poesía desprograma; exige, como lectores, un gesto consciente de aportación de la propia experiencia para completar la que el poeta propone con sus palabras. Nos mantiene alerta y además, algo valioso: al no tener un componente de prestigio económico o social, al Poder le desconcierta. Los poetas somos, de entre la gente libre, los más libres, porque el Poder no nos puede ni controlar, ni inducir, ni malversar. Ser poeta es resistir.

¿Se lee suficiente poesía?

Se lee la que se tiene que leer. No es preciso que la gente lea poesía por obligación, pero sí es necesario que la poesía esté ahí, cerca de la gente, por si en un momento determinado alguien siente la curiosidad de entrar y, en ocasiones, permanecer. La poesía, incluso como lector, es una forma de mirar y de ser mirado por las cosas de una manera especial: «quien lo probó, lo sabe».

¿Ayudan los premios a acercarla al público?

Algunos sí, y siempre es necesario esa difusión que dan los premios. Pero un premio no te hace mejor poeta; tampoco peor, claro; el caso es que se oiga que el río lleva agua, luego todo dependerá de la sed o del calor de cada cual.

¿Qué le parece la poesía actual que circula tanto en las redes?

Me parece estupendo, aunque haya que dejar que tanta palabra masticada y tanto lugar común se vayan posando en el fondo. Después, se advierte que también en las redes sociales puede haber poesía que nos interpele. Pero hay que dejar que se aquiete el ruido para acceder al sonido.

¿Por qué enamora el libro?

Porque busca, precisamente, lo que cada cual tenemos de árbol, de ser indefenso, de sensibilidad no obligatoria; un lugar en cierto modo utópico donde respirar al margen de lo impuesto, lo urgente, lo inmediato... En este libro yo quisiera que, sin prejuicios, cada cual sintiera la placidez de ser mirado por el mundo sin dar nada a cambio, sin tener que brillar, o sobresalir. Los árboles hablan dentro de nosotros, y realizar un recorrido por cualquier jardín, seguro que nos regala un lugar especial donde sintamos que la vida nos mira especialmente a cada uno, que nos acepta como somos. Hay una parte de naturaleza que, a pesar de todo, sigue estando de nuestra parte.

¿Qué le inspiró?

Mi única poética, siempre lo he dicho, es recoger la fruta del tiempo, aquello que está en sazón, lo que veo al caminar; no tengo más pretensiones que la de vivir en armonía con el entorno y el de no hacerle la vida más difícil a nadie. Escribo poesía sin intención; es ella, la poesía, la que a veces me mira con malos ojos, entonces me encabrono, la atiendo, y procuro responder.

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