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La música y la Semana Santa

Muchos compositores, desde la edad media, han puesto música a los textos propios de la Semana Santa

¿Qué sería de la historia de la música occidental sin la música religiosa? Y aún más: ¿Qué seria de la música religiosa sin la propia de Semana Santa?

Y es que esos días anteriores a Pascua han dado mucho de sí, desde la Edad media y hasta hoy mismo, cuando compositores como Salvador Brotons, el que fuera director titular de nuestra Simfònica, han escrito obras sacras como un Stabat Mater.

Stabat Mater

“Stabat Mater dolorosa”, así empieza un texto medieval que se ha atribuido al franciscano Jacopone da Todi y en el que se cuenta el dolor de la Virgen al pie de la cruz. Pues bien, ese texto es, si no el más utilizado por los compositores, sí uno de los que más veces ha sido convertido en obra musical. Ya en el renacimiento, tenemos a Palestrina, entre otros; en el barroco Vivaldi, Alessandro Scarlatti y Pergolesi; Haydn y Boccherini en el clasicismo y Rossini, Dvorak, Liszt o Schubert en el siglo XIX. Ya en el siglo XX, Poulenc, Penderecki o Arvo Pärt.

Detengámonos en el más popular, el que más veces se programa, nos referimos al de Giovanni Battista Pergolesi, que lo escribió en el 1736, pocos meses antes de su muerte cuando sólo tenía 26 años. Es, sin duda, una partitura fundamental de la música religiosa de todos los tiempos y considerada un referente en su campo. Pensada para soprano, contralto y orquesta de cuerdas, esa obra está llena de momentos muy inspirados y alterna arias y dúos de forma elegante y precisa, haciendo que las dos voces suenen bien, ahora solas, ahora dialogando. Doce son las partes en las que el compositor dividió el texto y lo hizo de tal manera que consiguió que el maestro Bach se interesara por la partitura y la convirtiera en una cantata a dos voces (BWV 1083).

Pasiones

Otras de las formas musicales propias de la Semana Santa son las Pasiones.

La Pasión de Cristo como forma musical nace en la edad media, cuando en las iglesias católicas se empezó primero a leer, después a cantar y más tarde a dramatizar los fragmentos de los evangelios que cuentan la pasión y muerte de Cristo. Los protestantes, con Lutero, tomaron esta tradición católica durante el siglo XVI y le añadieron fragmentos corales entre la narración.

Pero es a partir de 1700 cuando la iglesia luterana empieza a introducir en las Pasiones elementos casi operísticos, con arias y duetos. Johann Kuhnau, predecesor de Johann Sebastian Bach en la iglesia de Sant Tomàs de Leipzig, presentó su primera Pasión en 1721, un año antes de su muerte. En esa obra ya encontramos las partes y las formas que Bach consolidaría poco después: corales, arias, recitativos, dúos…. Bach con sus dos grandes Pasiones constituye el punto más alto de todo el arte sacro, no solamente musical, pues son obras que traspasan el tiempo, la forma y el espacio.

Bach, según parece, compuso diversas Pasiones, aunque completas y con la autoría confirmada solamente tenemos dos, la Pasión según San Juan y la Pasión según San Mateo, compuestas y estrenadas durante su etapa como compositor y maestro de toda la música religiosa de la ciudad de Leipzig, en la que vivió desde 1723 hasta su muerte en 1750. Después de esta fecha, esas obras magnas, como muchas otras que compuso, fueron olvidadas y no fue hasta principios del siglo XIX cuando Félix Mendelssohn las redescubrió y volvió a mostrarlas en público, convirtiéndose, desde entonces, en piezas obligadas y referentes musicales. De hecho, todos los grandes directores de orquesta han querido, no solamente interpretarlas, sino también grabarlas en disco, primero a través de versiones romantizadas, con gran orquesta, propias del estilo musical de los años 60 y 70 del siglo pasado, luego a través de formaciones reducidas, más al estilo historicista que ha caracterizado la interpretación de la música barroca desde finales de los años 80 hasta hoy mismo.

Parsifal

¿Y en la ópera, cómo se ha integrado la Semana Santa en la música escénica?

Pues dejando aparte Cavalleria Rusticana de Mascagni, cuya acción transcurre en una plaza siciliana el Día de Pascua, la gran aportación operística a esos días del calendario litúrgico es Parsifal de Wagner, que él mismo calificó de drama sacro.

En Parsifal aparecen dos elementos que la tradición ha convertido en sagrados: el cáliz de la Última cena y que sirvió para depositar parte de la sangre de Jesús en la cruz y la lanza con la que el centurión Longino atravesó el costado de Cristo. Dos objetos que son la base de todas las leyendas que sobre el Grial se han escrito y transmitido desde la Edad media, algunas protagonizadas por el Rey Arturo y sus caballeros.

Wagner recoge la tradición artúrica y sitúa en Montsalvat (algunos han querido ver similitudes con Montserrat) la comunidad de caballeros guardianes de las dos reliquias, con Titurel primero y luego Amfortas, como los sumos sacerdotes de ese grupo de elegidos. Allí llega Parsifal, nombre derivado del de Perceval, uno de los protagonistas de las sagas de la mesa redonda. Primero como inocente y luego como consagrado, Parsifal conseguirá restablecer el orden y continuar con las ceremonias místicas propias de la orden caballeresca.

Wagner sitúa la acción del tercer acto de esa ópera en un Viernes Santo. El caballero que da nombre a la obra vuelve a Montsalvat después de haber vivido experiencias que le han abierto los ojos. Allí, justo en la ladera de la montaña, se encuentra con la desolación. Gurnemanz, el caballero sabio le explican el drama al que se ha llegado tras la muerte de Titurel y después que el maligno Klingsor hiriera a Amfortas con la lanza sagrada.

Pues bien, durante el diálogo, Parsifal y Gurnemanz cantan las excelencias del Viernes Santo, dando a entender que fecha tan triste para la cristiandad, se puede interpretar como un día en el que florece la Naturaleza. Así, nos encontramos con el fragmento conocido como Los encantamientos del Viernes Santo y que es uno de los momentos culminantes de esa obra, la última que escribió el compositor alemán y que se estrenó en Bayreuth en 1882, hace ahora ciento cuarenta años.

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