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Una escena de ‘Primavera de bèsties’.

El gallinero | Primavera de bèsties

Reivindico la dramaturgia contemporánea, la que exprime el sentido de la expresión y coloca en el mostrador temas de hoy, que son conflictivos o no son ‘temas’. En contraposición, me agota el ‘teatro del yo’, esa convicción, convertida en tendencia especialmente entre las nouvelles vagues de nuestro entorno, basada en que la autoficción, las experiencias vitales propias, resultan interesantes para el público.

Miquel Mas Fiol y su Primavera de bèsties se incluyen en el primer contenedor. Escribió sobre turismo de masas y autoodio en Souvenir y se atreve ahora con el mundo de la docencia y más concretamente con el mito del adoctrinamiento en las aulas.

La primera elección de la ganadora del Pare Colom del año pasado (precisamente, el tema), es un reto y un acierto. La segunda, el casting: diana. Mercè Sancho de la Jordana —la profesora motivada— asume el peso de la función, el rol de guía, y lo hace con precisión, modulando los registros. Le acompañan Miquel Àngel Torrens —resolviendo con solvencia la papeleta del director del centro educativo, el más complicado— Xavi Frau y Catalina Alord —bien, en todo— y Carme Serna (en un papel que parece construido a su medida). De lo mejor de nuestra escena, vaya.

A partir de ahí, vamos con las apuestas de Mas Fiol. El catálogo de personajes y pilares: educadores, docentes, exdocentes, asociacionismo, solidaridad, instituciones… formando un puzle esencial. La gama cromática del discurso —en ocasiones panfletario, obvio, y otras veces más sutil, incluso ambiguo— puede llegar a despistar por momentos pero al final ofrece un mapa que admite debate pero no dudas sobre la intención y la ideología que lo sostiene, y que yo comparto. El humor es otro as en el tapete: visual, bien dirigido e hilarante en alguna escena que arranca la carcajada del espectador. Y la sensibilidad, intuyo que marca del autor, que está siempre presente pero que no se permite caer en el exceso.

Me gustan también las coreografías, sencillas y eficaces, las transiciones, ese final —que en realidad es un comienzo al que ya estamos asistiendo como sociedad— y sobre todo el dibujo del momento indefinido en que se sitúa la trama y que es toda una advertencia colectiva.

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