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Conciencia

Envejecer

Envejecer es un mal negocio. Y no porque vivamos en un mundo que idolatra la juventud, asignándole un mérito absurdo al menos por dos razones: porque no conlleva esfuerzo alguno y porque incluye fecha de caducidad. Lo malo de hacerse viejo tiene poco que ver con las virtudes del márquetin y los vaivenes de la moda: supone un inconveniente en sí mismo porque, con la vejez, llegan los achaques para quienes se habían librado hasta entonces de ellos. Si no fuera porque la alternativa a llegar a ser anciano es aún peor, sería cuestión de pedir el libro de reclamaciones.

Y eso que en cosa de muy pocas generaciones el concepto de anciano ha cambiado no poco. Basta con ver fotografías de nuestros abuelos —abuelos para mí; bisabuelos para la mayoría de los españoles de hoy— y averiguar la edad que tenían cuando se las sacaron. Con cincuenta años, uno se consideraba muy, pero que muy maduro, y sesenta era el umbral obligado de la senectud. Ahora se tienen que añadir con frecuencia dos décadas al menos para que aparezca el estigma verdadero de la vejez.

¿Cuestión psicológica? ¿Hábitos más saludables? ¿Conciencia de que hay que hacer ejercicio para mantener la forma, hasta hacer equivaler el sillón ante el televisor con la antesala de la muerte?

Shaun Purcell, investigador de la Facultad de Medicina en la Universidad de Harvard (Boston, Massachusetts, Estados Unidos), y sus colegas han publicado un artículo con Ina Djonlagic como primer firmante en la revista Nature Human Behaviour que da los resultados de un estudio realizado sobre casi cuatro mil personas entre 54 y 96 años, registrando mediante electroencefalografía su actividad cerebral durante el sueño a lo largo de toda la noche. Los autores indican que trataron de determinar qué aspectos de la neurofisiología del sueño estaban más estrechamente relacionados con el rendimiento cognitivo, y de los más de 150 parámetros examinados identificaron 23 que correlacionaban de forma estrecha con logros cognitivos como la velocidad de procesamiento mental.

Las conclusiones del estudio del equipo de Purcell son tan firmes como sorprendentes y abren un abanico de esperanzas para las personas que se encuentran en el umbral de la vejez. Los autores sostienen que, entre los sujetos de edad avanzada incluidos en la experimentación, quienes contaban con un mejor rendimiento cognitivo en comparación con sus compañeros de edad similar eran aquellos que tendían a mantener parámetros durante el sueño que se encuentran con mayor frecuencia en los individuos jóvenes y sanos. Dicho de otro modo, no sólo tenemos la edad que muestran nuestras arterias —y nuestro peso, y nuestra actividad— sino que mantendremos una mente ágil mientras logremos dormir como los jóvenes. Con permiso del mal de Alzheimer, por supuesto.

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