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Las notas de Caná

Cuenta el Evangelio que el primer milagro que obró Jesús fue el de convertir el agua en vino en unas bodas en Caná, haciendo que el vino bueno apareciera al final de la fiesta. Primero el licor mediocre y al final el exquisito.

Pues sirva el relato bíblico para argumentar lo que sucedió el pasado jueves en el concierto de abono de nuestra Simfònica. Todo fue de menos a más. Primero el solista, un Franz-Peter Zimmermann que interpretó el Concierto de Mendelssohn de forma técnicamente impecable, pero con cierta falta de «duende» que dirían los andaluces (y mi amigo Mendi). Sin duda su sonido es de primera división y sus interpretaciones suelen ser históricas, pero aquí, en esa venida a Mallorca le faltó un punto para llegar a la excelencia. Ahora bien, fue en los dos bises cuando el solista se creció y se convirtió en lo que es: un primer espada. Con un fragmento de la Sonata para violín solo de Bartok, Zimmermann rozó la perfección. Pocos minutos bastaron para convertir el sonido en vino de la mejor calidad.

Con la orquesta pasó algo parecido. Después de una lectura un tanto anodina de su parte de la obra de Mendelssohn, con desajustes evidentes, pasó a una Pastoral beethoveniana muy bien interpretada y llena de matices. ¡Qué bien el sonido de las cuerdas! Sin olvidar al equipo de vientos que, con algún extraño sonido intemporal, estuvo a la altura. Y qué buen hacer el de los timbales, siempre tan protagonistas en Beethoven. Mielgo y sus músicos aquí sí fueron merecedores de un brindis… con el mejor vino.

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