P Escribió '¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!' y hoy [por ayer] imparte una conferencia bajo el título '¿Otra maldita conferencia sobre la Guerra Civil?'. La pregunta está hecha.

R Es un título provocador y equívoco: lo que pido y espero son más y mejores novelas sobre la Guerra Civil.Hay cierto hartazgo sobre estos productos culturales, pero seguimos necesitándolos para mirar y entender el pasado y construir de forma urgente una memoria democrática.

P La obra que tituló así fue una revisión de su primera novela, 'La malamemoria', ¿España también debe hacer esa revisión?

R Queda mucho por hacer. Aún no hemos fijado una memoria de uso para el presente como para someterla a revisión.

P En entrevistas de hace más de diez años decía que España aún era un país franquista. Han pasado muchos años y muchísimas cosas, ¿ahora lo es todavía más?

R Ahora he cambiado de opinión. ¿España aún es franquista? Tengo una noticia buena y una mala. La buena, en España no queda nada del franquismo. La mala, todo lo que identificamos como restos del franquismo (fosas comunes, el Valle de los Caídos, inercias políticas y culturales, el atraso en algunos temas sociales y educativos...) ya no lo son: son democracia. Franco murió hace 40 años, ahora son carencias y responsabilidades de la democracia, que no las ha resuelto. Por ejemplo, la democracia ha permitido el Valle de los Caídos, lo ha consolidado y democratizado.

P 'A Franco lo ha resucitado la izquierda'. ¿Qué responde?

R Esto tiene que ver con la memoria democrática, término que me gusta más que el de memoria histórica ya que tiene un elemento más civil y político, en el sentido ciudadano. Somos el único país de Europa occidental que no levantó su democracia sobre la derrota del fascismo, nuestra democracia no tiene en su ADN ese antifascismo.

En España hay una tradición antifascista muy fuerte pero fue enterrada, en algunos casos literalmente, en la dictadura y no ha sido recuperada lo suficiente. Estamos faltos de esa memoria democrática que debería estar presente en instituciones; en la educación...

Faltan unos mínimos básicos. Con el nazismo hay unos mínimos de los que partimos y quien no los acepta es señalado como negacionista, revisionista e incluso puede ser perseguido judicialmente. En España esos mínimos, que se transmiten desde las instituciones y desde el sistema educativo, no están fijados y eso deja la puerta abierta al permanente revisionismo neofranquista.

P Ha escrito el prólogo al libro 'Facha' de Jason Stanley. En él dice: 'El fascismo ha cogido la bandera del malestar y de los perdedores de la globalización'. ¿Cómo evitarlo?

R Desactivando los elementos de malestar e inseguridad que sufre especialmente la clase trabajadora. La desigualdad, que es donde se hace fuerte el fascismo porque genera inseguridad, miedo y resentimiento, hay que combatirla con políticas igualitarias. Y frente al individualismo en el que nos han dejado solos hay que construir una comunidad fuerte, sin imposiciones identitarias, una comunidad democrática y plural.

Stanley lo dice muy bien: esa sensación de soledad y desigualdad es la que hace que los ciudadanos acaben buscando protección en el líder carismático o en el partido. Contra eso, él propone una herramienta muy vieja y que aunque en España está algo desacreditada yo creo que sigue siendo válida: el sindicato como forma de los trabajadores para protegerse.

P Hoy [por ayer] se constituyen las Cortes, con diputados encarcelados. Se nos acaban los adjetivos para describir la situación política actual, ¿cuál propone?

R Son tiempos anómalos, pero en seguida lo normalizamos. Cuando se constituyeron las Cortes en 2015 todo parecía anómalo (el bipartidismo ya no era lo que fue; partidos nuevos; nuevos comportamientos y formas de hacer política...) y ahora es normal. Hoy tenemos nuevas anomalías, como diputados encarcelados y privados de derechos de una forma excesiva y humillante. O 24 diputados de una fuerza que está en contra de la democracia. Viendo la evolución de los últimos años, veremos como normal tener una representación fuerte de la ultraderecha en el Parlamento

P ¿Con qué sensación se quedó tras el 28A: de horror por la entrada de la ultraderecha o el alivio de que entrase pero con menos fuerza de la esperada?

R Hay gente que lo ha vivido como una victoria: 'Hemos conseguido frenar la ultraderecha'. Pero hace unos pocos meses tenían una intención de voto del 0,5%, no es una victoria.

Pero el fascismo que nos debería preocupar no es Vox, que es una fuerza oportunista y mediocre que en seguida ha tocado techo y que comenzará a deshincharse. El problema son otros comportamientos y políticas fascistas que hacen partidos que no vemos fascistas.

Y ése es el problema, cómo la agenda política, mediática y cultural está cada vez más marcada por esas políticas. Durante la última campaña electoral lo que me espantaba no es lo que decía Vox, que era previsible, sino lo que decían los otros partidos y cómo ese discurso lo normalizamos y lo incorporamos como uno más.

P Su último libro 'Feliz final' vincula la ruptura de una pareja con el contexto económico¿Aplicamos los parámetros del capitalismo a las relaciones y al amor?

R No nos amamos en el vacío: nos amamos en una sociedad, en un orden, con una educación afectiva, con condicionantes materiales...

Lo que nos pasa, lo que nos afecta, nuestros fracasos amorosos no se explican solo por el capitalismo, pero también se explica por el capitalismo y ésa respuesta la solemos dejar fuera: solemos individualizarlo todo, 'psicologizarlo' todo, pensamos que el problema somos nosotros y que la solución está en nosotros...e igual la respuesta también tiene que ver con el tipo de vida que llevamos y la sociedad que hemos construido.

P ¿Vemos las relaciones como el catálogo de Ikea?

R Como todo en nuestra vida, nuestras relaciones están atravesadas por la lógica de mercado. Nos acabamos vinculando de manera muy superficial porque a veces aplicamos términos económicos, de ganancias y pérdidas.