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Crítica de Teatro

Los ideales también vuelan

Fairfly

Teatre Principal de Palma

De Joan Yago. Dirección: Israel Solà

Intérpretes: Queralt Casasayas, Esther López, Aitor Galisteo-Rocher y Xavi Francés.

e oigo a mí mismo riéndome de uno de los diálogos de la pieza, y de pronto ahogando el impulso; la cosa se ha puesto seria, o no. En ese baño de contraste encontramos un resumen posible de lo que pretende lo penúltimo de La Calórica: un texto de escritura fina, magníficamente enlazado, punzante, con nervio. Un fresco generacional, hilarante y reflexivo. Quizá un epítome de la trayectoria de la compañía, una de las más estimulantes de nuestro entorno (L'Editto Bugaro, Bluf, Sobre el fenomen de les feines de merda, etc).

Mereció doble premio revelación en los Max del año pasado, incluida la dramaturgia de Joan Yago, autor de vínculos próximos y materia gris de Mai neva a Ciutat (serie de IB3, de éxito) y triunfa allá dónde se representa. Lógico. Los sueños de cuatro treintañeros al borde del despido que deciden montar una innovadora empresa; los deseos, de materia o vapor, proyectados en papel, que se cruzan con unos ideales de andamios de plástico, de manual, o de panfleto, para derivar en una suerte de alquimia que se muestra con vértigo, a lomos de unos diálogos que apenas ofrecen respiro, unas transiciones dibujadas con rotring y buenas interpretaciones.

Momentos brillantes, de locura, entre los que se cuela algún tópico - intencionado, intuyo- y se echan de menos tres o cuatro silencios que te permitan saborear la sorpresa, la hostia o el pico dramático. Fluye la historia a base de detonaciones, al principio controladas, luego ya menos; conflicto tras conflicto hasta un 'pre-final' de traca que evoca, disculpen el lugar común, a un mayo francés que vino a demostrar que bajo los adoquines nunca hallamos la playa. Y tras la bomba, el final-final que no vamos a contar, obviamente, pero que a mí me dejó frío, al borde del cabreo. Con todo, larga vida a La Calórica.

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