Este Art Palma Brunch ha sido una buena edición. Lo afirmo desde la sorpresa profunda y la contradicción enorme que me producen eventos de este tipo, más cercanos al life style que a la cultura. A la negrita en la crónica que a la reflexión en una reseña. He visto buenas exposiciones y detalles en las mismas que han iluminado mi precaria inteligencia. Sin embargo, no descarto que el paseo de este sábado soleado y holgazán no sea más que el sucedáneo de la gratificación furtiva que siente un burguesito en rebeldía. Que va a expos y lee libros de Paul B. Preciado. Y se piensa crítico con la vida. Digo sucedáneo porque soy clase trabajadora. Y eventos de este tipo deberían enervarme. Y me enervan.
Me reconcome por dentro la contradicción mientras contemplo los dibujos de Raúl Domínguez en Pelaires. Paisajes discontinuos, pinturas negras, un trabajo caótico que ha sido sometido a una intensa ordenación. Un pulso entre azar y voluntad constructiva. O cuando Vasco Araújo me convence en la Horrach Moyà con un ejercicio antropológico sobre el amor que fracasa. Y me expulsa con un vídeo que conjuga una estridente ópera y plantea enigmas con estampas crepusculares machaconas. Es como cuando el amor colapsa.
La contradicción sigue punzándome con las pinturas de Tomás Pizá y Bel Fullana. Hoy me molesta la gente y los llonguets. Sólo quiero concentrarme en el arte. En sus relatos. Y eso es bueno. Pese a las contradicciones.
